Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

La isla pornógrafa del amor

El programa de Neox, 'Love Island', conducido por Pedroche, la perfecta casada, es un punto sádico

Debe de haber un tiempo para la pornografía y otro para un erotismo menos aeróbico. Una edad en la que el bucle pornográfico no acabe por romperte la cadera o el coxis y otra, en la que, por miedo a quebrancías y escocidos, prefieras encuentros sexuales sin prisas y con pausas. Dependerá de las circunstancias -hoy, contextos- de cada uno. Pero hay que evitar el escollo sartreano, y no pretender que nuestra opción sexual sirva de modelo único a la humanidad. Cada uno a su bola; porque sería muy aburrido, casi pornográfico, que todo el mundo practicase solo la postura del misionero o que eligiese soluciones eróticas tan parlanchinas como las que propone cierto cine francés (pienso en el de Rohmer), en el que los amantes no dejan de hablar ni debajo de las aguas del éxtasis. Dicho esto, me gustaría añadir que, de forma inconsciente, es muy posible que termine por darle la razón a Sartre e intente proponer como modelo, urbi et orbi, mi visión de la sexualidad. Una vez advertidos, no tienen por qué darme la razón si manifiesto con toda rotundidad que el programa de Neox, Love Island, conducido por una perfecta casada Cristina Pedroche, resulta tan pesado y obvio como cualquier película pornográfica de las que venden imágenes sicalípticas de cuerpos para el consumo visual del público. Pornografía sádica la que practican los isleños, al enseñarnos hasta el empacho sus cuerpos semidesnudos, ahora que la gente se ve obligada a ir en chándal y enmascarada. Pequeños detalles de modernidad, inspirados, quizá, en el Ministerio de Igualdad -Madre Teresa de Calcuta de toda diversidad-, dificultan tildar de machista, de entrada, el programa. En lo que alcancé a ver, son las chicas las que eligen pareja entre los chicos que se pavonean, previamente, ante ellas, mostrando sus encantos. El tópico medieval del mundo al revés. La Academia, sin duda, estará feliz de que uno de los muchachos lleve tatuado un poema en su costado; y gurús y maestros de yoga verán con buenos ojos el que una de las chicas del grupo tenga como hobby la introspección. Quizá la entropía me lleva, y no pretendo que nadie me siga, a pensar que tanta acumulación de culos y de musculaturas es profundamente aburrida y excrementicia y que, más que un potenciador del deseo, el programilla es una solapada invitación a la castidad.

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