Lo que el Estado entiende por "impuestos" queda bien definido en la Ley General Tributaria cuando dice de ellos que son "los tributos exigidos sin contraprestación cuyo hecho imponible está constituido por negocios, actos o hechos que ponen de manifiesto la capacidad económica del contribuyente". Así, pues, el impuesto es toda aquella cantidad dineraria que la administración del Estado determina cobrar a todo aquel -persona física o jurídica- que realice cualesquiera actividades que procuren la generación de economía, de dinero, hablando claro y ello a cambio de nada, pues ese dinero con el que el Estado grava cualquier actividad económica, como por ejemplo el trabajo de cada ciudadano o la actividad de cada empresa -sea societaria o de un autónomo- no se compromete el órgano que lo cobra en gastarlo o invertirlo en algo que de alguna manera revierta en su integridad en beneficio de aquel o aquellos que lo pagan.

Lo que está claro es que lo que distingue claramente a los gobiernos de izquierdas de los de derechas es, precisamente, eso, que la izquierda quiere que "papá Estado" intervenga y esté, de unas u otras formas, presente en toda actividad ciudadana y claro está, muy especialmente en las actividades económicas. Así, pues, el Estado, bajo el gobierno de la izquierda no cesa de engordar y de intervenir, no para de meter su fino hocico de oso hormiguero en el bolsillo de todo el mundo, porque el gobernante de izquierdas sueña con que el Estado, a través de las distintas administraciones, lo haga todo. No cree, en realidad, en la mayoría de edad del ciudadano y está convencido de que hay que tutelarlo y no dejarlo solo en ninguna actividad, especialmente en todas aquellas que ponen de manifiesto la capacidad económica del contribuyente.

Vivimos en estos días la histriónica y reiterada presencia de la actual ministra de Hacienda, María Jesús Montero, ante los medios de comunicación, queriendo convencernos de las bondades que tiene que el (des)Gobierno social comunista de Pedro Sánchez, nos cosa, literalmente, a impuestos contra la pared, nos meta las manos en lo más profundo de nuestros bolsillos y recoja, según lo que cada uno tenga o gane, más dinero para seguir gastando, porque lo que está muy claro es que este (des)Gobierno gasta hasta lo que no tiene y sigue endeudando al Estado hasta la generación de mis bisnietos o los de usted, amable lector, por lo menos.

Y cuando los gobernantes del Partido Popular dicen de bajar y hasta de suprimir algunos impuestos, los ministros social comunistas los acusan de enemigos de España y de los españoles. Yo, sintiendo ya la mano de la ministra de Hacienda tentar en mi reducido e insignificante bolsillo, me pregunto si realmente me convienen gobernantes como estos que dicen ser mis amigos. ¿O no?

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