La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Esa izquierda

Endilga la culpa de sus propios errores al desertor que no ejerce el seguidismo que reclama

Existe una izquierda supremacista, siempre exagerada y creída de su superioridad moral y ética, que no sólo nos quiere obligar a movernos en bicicleta por las ciudades, sino que endilga la culpa de sus propios errores al desertor que no ejerce el seguidismo que reclama.

Esa izquierda que nunca será culpable de la mejorable gestión del alquiler de bicicletas, sino que la repartirá entre tanto ciudadano incívico, empeñado, eso sí, en regalarle los argumentos. Ver esas bicicletas por un árbol es la nueva primavera de los disidentes.

Es una izquierda según, que endiña culpas a guantazos verbales o literarios, cual abejorro que pica siempre fuera de su propio panal, a cuantos han decidido no decir las cosas de una manera políticamente correcta, sino vestidas con la sinceridad a la que obliga la realidad de sus creencias. La autocrítica de estos supremacistas, a veces llega sólo cuando la humildad electoral les impone cierta cordura, una sobredosis de certezas.

Es una izquierda que reviste como un logro ideológico su insolidario independentismo, pero que, al mismo tiempo, culpa a Rajoy por fabricar indepes en horario matutino, vespertino y nocturno. Que hasta eso le critican. Obligar a cumplir la ley y los principios de legalidad y solidaridad pareciera estar demodé; lacerar a esa derecha que propone que los derechos de un andaluz sean los mismos que los de un vasco o un catalán es lo moderno, lo que más mola.

Se trata de una izquierda reconvertida en secesionista, llorona y victimista, que discursea demagogias varias por las ciudades catalanas con argumentos de lo más conservador y liberal, que inventa derechos sobre la inoperancia de la derecha, y que culpa al PP porque es el partido al que han decidido convertir en la jarapa de todos sus palos. Para ellos ser distinto no tiene réplica, sólo escraches de castigo.

Es esa izquierda relativa que gestiona sus propias corrupciones con la dulce empatía de sus votantes, y que se sienta en el banquillo, heroica ella, con el sacrifico que le da su condición de defensores de las causas justas, pero que tampoco devuelve ni un euro de lo sisado.

Derrotar democráticamente es legítimo, pero denigrar al rival con aires intelectoides, con dosis de minimalismo ignorante, es un hiriente paso previo como para exigir luego que te llamen demócrata.

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