El jilguero en el limonero

¿Cómo puede disfrutar un hombre viendo a pájaros, cuya vida es el vuelo, encerrados en cubículos sin apenas moverse?

Conocí en mi pueblo a un hombre que se ganaba la vida haciendo jaulas y trampas de alambre para cazar pájaros. Cuando se murió sentí alivio, no porque el artesano se muriera, pobre hombre, sino porque comprobé que aquel menestral no había transmitido su maña a las generaciones posteriores y nadie de su estirpe iba a seguir fabricando ese tipo de utensilios a los que siempre he considerado como uno de los signos de crueldad que distingue a la especie humana. Y es que ver a esos pajarillos que podían volar cientos de kilómetros en un día encerrados en aquellas diminutas jaulas me deprimía mucho. Los veía sin parar de moverse de un lado para otro, como si no comprendiesen cómo habían llegado a esa situación tan desesperada. Cerca de donde yo vivo, en el Camino Bajo de Huétor, un vecino tiene en el balcón varias jaulas con perdices. Las pobres no paran de cantar, pero creo que es por desesperación. ¿Cómo puede disfrutar un hombre viendo a pájaros, cuya vida es el vuelo, encerrados en cubículos en donde apenas pueden moverse? No lo entendía antes y tampoco lo entiendo ahora.

En mi libro Noviembre, dichoso mes, hablo de la vez que me vengué de las risas que le provocaban mis grandes orejas a un vecino borrachín soltándole un jilguero que tenía preso. Decía que se entretenía oyéndolo cantar. Entré en su casa cuando nadie me veía y abrí la jaula al pajarillo. Lo dejé libre. Para mí aquel fue un acto de valentía, me sentía orgulloso de lo que había hecho hasta que al día siguiente la mujer del vecino se presentó en mi casa con el ojo morado y le explicó a mi madre que su marido le había pegado porque consideraba que ella había sido la culpable de la suelta del pajarillo. Me sentí fatal. Estuve a punto de ir al vecino a disculparme y a decirle que había sido yo el culpable para que no siguiera pegando a su mujer. Y de hecho entré en su casa para delatarme, pero me arrepentí al ver al borrachín tan contento al lado de una botella de vino y un transistor en el que cantaba Juanito Valderrama. Días después me despertó el alegre cantar de un jilguero que estaba en un limonero que teníamos en el patio de mi casa. La imaginación me llevó a pensar que aquel era el jilguero que yo había liberado y que había vuelto para darme las gracias. Y me sentí genial

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios