Los juguetes son inocentes

El Gobierno comunista ha dado otro paso más pretendiendo, ahora, adoctrinar a los juguetes

Goofy duerme hoy sobre la cama de mi hija. Desde que me lo regalaron los Reyes Magos, hace más de cincuenta años, ese pequeño peluche no se ha separado de mí. Ha estado conmigo siempre: ha vivido junto a mí en la habitación que yo tenía en la casa de mis padres, luego en cada uno de los países en los que he vivido y, ahora, a mi edad, Goofy, me hace la misma compañía que el primer día. Cuando me lo regalaron los Reyes, me hizo una ilusión tan grande que lo llevaba de paseo por la calle. Incluso, lo llevé al colegio para presentárselo a mis amigas y compañeras de clase. Ellas también me presentaron a sus nuevos juguetes. Goofy mantiene su pureza, candor, y sigue en perfecto estado de salud, mejor que yo me atrevería a decir. Una vez se le separó la cabeza de plástico de su cuerpo de felpa. El mijo de relleno que le da un toque de ternura se desparramó como si su vida se derramase por el suelo inexorablemente hasta que mi madre lo cogió y, con sus hábiles manos de enfermera, le cosió el cuello de cuya cicatriz no queda ni una sola huella. Goofy es uno de los pocos juguetes que he conservado desde mi infancia. Hay tantos juguetes que se han perdido por el camino de los interrogantes que no miro atrás por no remover más la pena. El Gobierno comunista ha dado otro paso más pretendiendo, ahora, adoctrinar también a los juguetes. Una de las pocas fantasías que nos quedaba en medio de tanto estupor económico, y social, es la ilusión de estos días de Navidad. Los comunistas han convocado a los juguetes a una manifestación como las que saltan a las calles o carreteras para bloquearlas tirando pepinos al asfalto, leche sobre las vías o quemando contenedores y reventando las ciudades con agresivos manifestantes cubiertos por sus pasamontañas. Falta que Marlaska saque la tanqueta. La vida de un juguete no se prende hasta que es abrazado por un niño. La muñeca, el peluche, los juguetes llegan a casa dentro de un paquete precintado. Sólo cobran vida al ser acogidos y recibiendo el amor de un niño. Los comunistas ni nadie tienen derecho a reconvertir la personalidad de un inocente juguete en un personaje agresivo y broncón. Hace mucho que seguimos trabajando para acabar con estereotipos, pero ésta no es la manera de violar, atacar, ensuciar la blanca ilusión de un inocente. La culpa no es del juguete, los juguetes son ingenuos. La responsabilidad de cómo inciden en la personalidad infantil está en manos de nuestra educación, no de los políticos.

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