Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

El justo Otegi

Debería preguntarse Otegi cuántos han podido acogerse al derecho a causar daño y han preferido no hacerlo

Pues claro que era buena idea entrevistar a Arnaldo Otegi en TVE. Se trataba de ofrecerle un medio válido para que expresase su posición respecto al terrorismo, y lo hizo al hablar del derecho a hacer daño. Su petición de perdón se refirió exclusivamente a la extralimitación de este derecho, pero no al ejercicio del mismo, porque su formulación se establece en términos de justicia: es justo hacer daño, hasta cierto punto, cuando antes se ha recibido un daño determinado, a modo de respuesta, de resistencia o de defensa. La cuestión es dónde situamos ese cierto punto y, más aún, a qué árbitro designamos para que establezca esa posición. La negativa de la izquierda abertzale a condenar a ETA tiene que con ver con la convicción de que sus medidas pudieron ser dolorosas, extremas, innobles, pero fueron justas porque antes el aparato del Estado había ejercido otra violencia que merecía ser contestada. Y estas razones no son precisamente inocentes: independientemente de que los tribunales hagan su trabajo, la excusa por la justicia resulta merecedora de absolución en la opinión pública. Tal designio moral entraña, sin embargo, una trampa para gatos cuando se considera a la justicia por sí sola, en abstracto. Sin otros argumentos, la justicia puede convertirse en la misma mierda, con perdón, que la injusticia.

Nadie lo explicó mejor que Albert Camus en Los justos, pero más aún en la famosa sentencia que dejó para la Historia cuando supo que los comunistas argelinos estaban poniendo bombas en los trenes en los que su madre viajaba a diario: "Si eso es justicia, prefiero a mi madre". La justicia es un medio, no un fin, y Otegi lo sabe perfectamente: tiene sentido en virtud de un objetivo ético, no moral. Seguramente, a Otegi le gusta aquella advertencia antiguotestamentaria de que sin paz no hay justicia y viceversa, pero en los años de plomo de ETA aquí no había guerra, sino una paz que costó mucho mantener a costa del terrorismo. Debería Otegi preguntarse cuántos, desde la imposición del franquismo, han podido acogerse al derecho a causar daño y no lo han hecho porque han entendido que había algo más importante que la justicia, en el campo andaluz, en las minas, en la mar. Y de paso, debería preguntarse cuántas víctimas de ETA pudieron haber profesado cierta legitimidad para hacer daño y renunciaron. A ellos, a quienes dijeron NO y prefirieron la injusticia, debemos la paz que teníamos entonces y tenemos ahora. No a los matones.

Peroya se sabe que Otegui encarna como nadie el más deleznable carácter español. Por eso hay que dejarle hablar. Que hable.

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