El ladrón que fue a robarle a Paco Izquierdo

Soy de los que creen que si vale la pena escibir es porque no hay ninguna otra ocupación que me satisfaga más

Paco Izquierdo, en una de sus más lúcidas columnas, narraba una deliciosa conversación que tuvo con un caco que iba a robar a su casa del Albaicín, aquella que enseñaba a los que lo visitaban y que cuando abría una ventana desde la que se veía enfrente nuestro monumento más significativo, exclamaba con un falso tono de pesimismo: ¡Qué coñazo esto de abrir todos los días la ventana y ver la Alhambra!

Decía que al añorado Paco le fueron a robar una noche cuando estaba él precisamente dándole a la tecla y vio a un joven encima de la tapia de su casa.

-¡Eh! Tú… ¡¿qué haces?! -le preguntó el escritor con voz malhumorada.

-Pues… ya… ¡pollas!

-¿Quieres que llame a la Policía?.

-No, hombre. Ya me voy.

Antes de irse, el ladrón le preguntó.

-Colega… ¿a qué te dedicas?

-A escribir.

-¿Y eso da para comer?

-Para comer no, como mucho para el postre nada más.

-Vaya. Pues lo siento tío, es que creí que aquí vivía gente con posibles.

El caco saltó por la tapia y se largó.

A veces tengo la sensación de ese caco que descubre que escribir es inútil. Primero porque creo que casa día hay más personas apegadas a lo que sale por la pantallita del móvil y que desertan de los libros. Y segundo porque empiezo a comprobar que esta actividad ya no da dinero ni para el postre. Hoy día es casi imposible encontrar una editorial con cierto empaque que te publique. Así que la mayoría de los letraheridos de hoy nos tenemos que pagar la edición o gran parte de ella. Las editoriales modestas, para subsistir, tienen que confabularse con los autores para sacar económicamente una edición adelante. Es lo que hay. Y va a peor.

Anoche presenté dos libros en el Castillo de La Herradura. Ahora las presentaciones están limitadas por las medidas contra el virus y la mayoría son en espacios abiertos. Así que aproveché para presentar dos de un golpe. Hasta allí fueron un puñado de buenos lectores y amigos que me acompañaron y me hicieron pensar por un instante que debo seguir dándole a la tecla. Yo soy ya de los que creen que si vale la pena escribir es porque no hay ninguna otra ocupación que me satisfaga más. Utilizo lo que escribo como el funambulista utiliza la barra del equilibrio para evitar caerse al vacío. Si escribir era llorar en tiempo de Larra, ahora es suspirar por la pérdida irremediable de una costumbre.

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