La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

La lealtad

La lealtad mal entendida dispone tensión y temor, por eso calla, sobre el miedo a ser destituido del sitio si uno dice lo que piensa

En el enjambre de sensibilidades que los partidos políticos intentan aglutinar en torno a la unívoca idea del líder, siempre quedará pendiente la relativa al modo y manera en que se ponen en práctica trayectos suficientes para conseguir la victoria del proyecto común. Es lógico que los caminos hacia el triunfo electoral se vean diversos, como si cada afiliado tuviera un seleccionador íntimo que le chivara tras cada sueño cual es el mejor equipo para disputar cada partido electoral.

Llama la atención cómo se apropian de la batalla interna con triunfos simulados, quienes aspiran más a hacer propaganda en beneficio del muy particular interés propio que a urdir serios esquemas de juego con los que ir apuntalando colectivas grietas y tapando agujeros pasados, y que nunca más vuelvan a ser negros. Hasta que la discrepancia se normalice, y no sea desterrada de la política democrática como un mal en sí mismo, quedará trabajo pendiente en los partidos políticos como para alardear de perfección.

En los partidos políticos tal y como los conocemos en la actualidad la idea sobre la que se construye todo es la lealtad, que es sobre la que pivota el control de todo. Otra cuestión será definir y aceptar cual es la definición lógica de ese concepto, sin caer en la tentación de urdirlo sólo en base al silencio. Y eso no es muy leal, que digamos.

La lealtad mal entendida es la que dispone tensión y temor, por eso calla, sobre el miedo a ser destituido del sitio si uno dice lo que piensa. Es esa fingida manera de aceptar lo que sea, como sea, al estilo que sea de quien tiene el poder, por tal de no desfigurar la avenencia que el aclamado líder necesita en sus discursos y palabras, sean o no compartidas. A esa falsa lealtad no le interesa ser señalado como discrepante. Callar ante lo que no se ve bien hecho es ser bastante desleal con la organización, empresa o partido que se comparta.

Ser leal no es huir para evitar discrepar. Al contrario, lo leal es quedarse. Tampoco es leal castigar sin votar a tu partido porque no ves bien lo que hace, sin intentar proponer y luchar para que cambie. Apagar tu voz porque no es la mayoritaria es urdir intereses ajenos a la lealtad. A quien se considera leal los problemas no le vendrán por decir lo que piensa, sino por no hacerlo. Ha sido muy oportuno en este contexto haber leído algo de Albert O. Hisrchman en Salida, voz y lealtad, para coincidir con él en eso de que "la lealtad a una organización te obliga a quedarte para cambiarla, a usar la voz, a buscarte problemas, y por supuesto a serle incómodo al jefe". Y uno, a sus años, no va a dejar de ser leal. Y usted que lo lea.

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