EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

La ley de Lynch

NI vivimos en el País de las Maravillas, como nos quiere hacer creer el PSOE, ni tampoco vivimos en el castillo de Drácula, como nos quiere hacer creer el PP. Pero es evidente que vamos deslizándonos hacia uno de los dos extremos, y hace falta ser muy tonto o muy cínico para no darse cuenta de cuál es. En Málaga ya se ha producido el primer linchamiento público de un delincuente. Un hombre de 37 años murió lapidado en plena calle después de haber intentado atracar un salón de juegos. Cinco personas lo persiguieron, acorralaron y mataron a golpes, siguiendo los peculiares métodos judiciales aprobados en 1780 por el capitán Lynch. Imagino que había docenas de personas mirando asombradas -o no tanto- desde los balcones y las terrazas. Ninguna intervino, ninguna intentó evitar aquella atrocidad. Y lo que es peor, imagino que muchas de esas personas estaban pensando: "Por fin".

Eso es lo malo de vivir en un país en el que los políticos desprecian la realidad. Que los linchamientos públicos iban a llegar muy pronto era algo que se veía venir, porque vivimos en un país donde los políticos se toman los asuntos relacionados con la Justicia con una temeraria indiferencia, mientras dedican todo su entusiasmo a tratar fruslerías como los trajes de Camps o el avión Falcon de Zapatero. Hace poco, el ministro de Justicia se permitió decir que los delincuentes tienen el derecho a mentir sin que les pase nada. Se estaba refiriendo, ni más ni menos, a los presuntos asesinos de Marta del Castillo, cuyas mentiras le habían costado al Estado un mínimo de 150.000 euros, en tiempos en que muchas familias se las ven y se las desean para pagar su hipoteca. El ministro ni siquiera se tomó la molestia de aparentar malestar o disgusto. Nada de eso. Parecía muy feliz de decirlo, como si el hecho de que los delincuentes pudieran mentir tan campantes fuera una conquista social de las que tanto alardea su gobierno.

Cuando ocurren estas cosas, siempre se dice que no se debe legislar "en caliente", pero uno tiene la sensación de que la temperatura ambiente en la mente de un legislador español es la misma que reina en una morgue. Y el problema es que la ciudadanía está empezando a sentirse estafada y amenazada, cosa muy alarmante en un momento de graves problemas económicos y de profunda crisis social. Si la izquierda cree que con subsidios y ayudas y promesas va a detener el deterioro social, se equivoca por completo. Uno de los detenidos por haber participado en el linchamiento es un aparcacoches que debía de ser tan marginal como la persona que fue asesinada en plena calle. Pero que nadie se preocupe. Mientras esto sucede, los políticos seguirán dedicando su precioso tiempo a los trajes de Camps y al Falcon de Zapatero.

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