La bitácora

Félix De Moya

La leyenda urbana

HACE algún tiempo circula por internet uno de esos ficheros power point que pretenden movilizar las conciencias haciéndose eco de algún suceso de la vida cotidiana que, al tiempo que extraordinario, resulta idóneo para la extracción de alguna moraleja. Una colega me lo hizo llegar hace unos días, supongo que como me quiere bien debió considerar que podría hacerme reaccionar.

Al parecer, un corrector de pruebas llamado George Turklebaum de 51 años, que trabajaba desde hacía 30 en una editorial neoyorkina, llegó un lunes a su lugar de trabajo como de costumbre muy temprano y murió a las pocas horas de un ataque al corazón. El hecho sólo fue descubierto cinco días después por el personal del servicio de limpieza de la empresa cuando el sábado siguiente se extrañaron al comprobar que continuaba en su puesto sin moverse en fin de semana. Durante el tiempo transcurrido entre el lunes y el sábado no pareció extrañarle a nadie que George, hombre reservado y muy aplicado en su trabajo, estuviera ya frente a su mesa cada mañana cuando llegaban sus primeros compañeros y aún permaneciera allí cuando todos se marchaban por la tarde. Según su jefe, Elliot Wachiaski, era un hombre reservado y eficiente que llegaba siempre el primero y se iba el último.

Los periódicos se hicieron eco enseguida del hecho e infinidad de comentaristas aprovecharon la ocasión para lanzar toda clase de diatribas contra la deshumanización de la sociedad en la que vivimos, en particular los habitantes de las grandes ciudades. Algún tiempo después de que la noticia apareciera en los medios de comunicación, empezó su circulación en la red. Fue entonces cuando a algunos espabilados les llamó la atención que sólo fueran medios europeos los que habían divulgado los supuestos hechos y no los estadounidenses. Cierto es que los medios a través de los cuales se había difundido la solitaria muerte del pobre George eran verdaderamente prestigiosos, la BBC, The Guardian, la revista Time, etc. Pero no lo es menos la extrañeza que produce que los medios del país donde se origina la noticia no se refieran al hecho o que nunca se mencione la editora en la que trabajaba el finado o, incluso, que circulen por internet diversas versiones del mismo hecho referidas a distintos profesionales y lugares. En fin, a mí lo que más me cautiva del hecho es nuestra capacidad para aceptar cualquier cosa por estrambótica que resulte siempre que encaje con la percepción que tenemos del mundo que nos rodea. Lo que me sigue escamando es que los norteamericanos no se lo creyeran. ¡A ver si resulta que los naives somos nosotros y no ellos!

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