Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Los libros van de feria

Harold Bloom: "Es imposible escuchar a los demás del mismo modo que se escucha un libro"

Los libros han salido de paseo, han tomado la calle que va desde el Salón a Puerta Real y están dando allí el espectáculo, porque un buen libro ya es una feria repleta de sorpresas, emociones y placeres. Esa multitudinaria manifestación primaveral de los libros constituye una atinada metáfora de la propia literatura: lo mejor de un libro es que te encuentre, que dé con el lector que sepa leerse en él, que lo estaba esperando sin saberlo desde hace años. Un buen libro evoluciona con el paso del tiempo. De ahí que, en ocasiones, una obra releída al cabo de los lustros nos deleite más que cuando nos sorprendió por vez primera. Porque prestamos atención a párrafos que descuidamos en su momento o damos interpretaciones distintas a muchos pasajes. Porque nosotros hemos cambiado, hemos crecido, ya no somos los mismos… y los libros tampoco. Esa cualidad casi humana de los libros se advierte en los buenos lectores que, a veces, se acercan a su biblioteca y miran el título de una obra como quien se asoma a los ojos de un ser amado, conscientes de lo mucho que valen; o que les pasan la mano por el dorso con el mismo cariño con que se acaricia o palmea la espalda de un viejo amigo.

Es cierto que ahora hay más autores que libros y que corres el peligro de encontrarlos a todos en la Carrera de la Virgen. Algunos confunden un libro con un volumen de doscientas páginas escoltadas por pastas duras que supone un gran esfuerzo para el que lo escribe y más para el que está condenado a leerlo. Tipos que podrían correr la suerte de Angelo Goméruli, protagonista de un cuento de Pitigrilli. Cuando fue a inscribirse en un hotel el recepcionista le inquirió: "¿Profesión?"

-Escritor

-Escritor… ¿escritor de qué?

También hay gente que escribe porque no sabe hacer otra cosa. Conozco a un periodista que, cuando le preguntan para qué escribe, siempre contesta: "Para que me paguen". No es de los peores.

Pero hay otros. Seres despreocupados por la posteridad, seres que persiguen la belleza y escriben para ajustar cuentas con el mundo, con ellos mismos o con los seres queridos ausentes. Es lo que hacen Ángeles Mora, Mónica Doña, Trinidad Gan o Teresa Martín Estévez. Mujeres a las que merece la pena oír. O, mejor que a ellas, oír a sus libros. Como plantea el crítico norteamericano Harold Bloom: "Es imposible escuchar a los demás del mismo modo que se escucha un libro".

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