MANDAR es fácil, lo difícil es que te obedezcan. Salvo que te impongas por la fuerza. Y aún así, en algún momento el miedo se sublima y pierde su poder coactivo. Todos los dictadores aprenden que no hay nadie más peligroso que quien no tiene nada que perder. Dirigir es la versión suave del ordeno y mando. Pero es complejo dirigir a ciudadanos libres. Tienen la funesta manía de pensar y decidir por sí mismos. Y eso es algo que disgusta a los que mandan. Aún así, no renuncian a intentar dirigirnos. Ahí están los informativos manipulados de las televisiones públicas para demostrarlo. Pero como las redes sociales han sustituido a las agencias de noticias, glosar y vender falsos mundos de fábula sólo sirve de grotesca diversión al pueblo soberano y convierte a los secuaces del poder en meros bufones de la corte.
Las sociedades abiertas necesitan y exigen líderes. Ni dictadores, ni dirigentes. Pero liderar es difícil. Requiere autoridad moral, convencimiento sincero en las ideas que se defienden, coherencia, empatía, diálogo y raciocinio. Un líder suma voluntades, no las resta; convence, no impone; une, no divide. Pero sobre todo, no hay liderazgo sin ejemplaridad. No es fácil que una sociedad libre y madura admita comportamientos hipócritas. Desde hace siglos, el fariseísmo tiene mala prensa. Ya nos advirtió Jesús que es mejor hacer lo que predican que emularles, pues dicen, pero no hacen. Y ya estamos cansados de sermones. De que nos pida ejemplaridad quien no la practica; sacrificios quien no los ha conocido o respeto a la ley quien, habiéndola aprobado, la desprecia con descaro.
Además, un líder debe ilusionar. Por eso somos muchos, cristianos o no, los que sólo vemos liderazgo en el Papa. Francisco habla desde el corazón. Sin artificios, ni asesores vanos. Es claro y coloquial. Y se le entiende. Sea un revolucionario o tan solo un tibio reformista lo que nadie puede negarle es su coherencia y ejemplaridad. Y de ambas está hambrienta España.
Entre tanto, los españoles recordamos a los mendigos protagonistas de Esperando a Godot. Sentados junto al camino, aguardamos a alguien, para no sabemos bien qué. Sólo hay que leer los periódicos para comprobar que carecemos de líderes. Y como en la joya del teatro del absurdo, nos dicen que Godot no vendrá hoy, pero mañana, seguro que sí. Y aunque parece que nunca va a llegar mañana, preferimos no movernos de la orilla del camino.
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