palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Los 'lorca' falsos

PEPE El Gitano fue el falsificador de picassos más divertido y entrañable que ha existido en la historia universal del fraude. Pepe era un tipo apuesto, con una nariz en forma de gancho y ademanes de una rara galantería. Una vez en un bar descalzó a una hermosa señorita, cogió uno de sus zapatos de tacón, vertió el contenido de su chato de vino y bebió de él como si fuera un cáliz. Su conversación estaba llena de frases hechas que simulaban una cultura peregrina. Se dedicaba a la venta ambulante de antigüedades por los bares de Granada. Los bolsillos de su abrigo eran una buena copia de los de Groucho Marx; iban cargados de un equipaje sorprendente que incluía cajas, figuritas de hierro, monedas rarísimas, relojes, vainas de habas e incluso trozos de bacalao seco. Fue el único combatiente de la División Azul que sacó partido a aquella hazaña absurda. Aseguraba que mientras estuvo preso en un penal ruso se había leído las obras completas de Flavio Josefo, y como prueba recitaba unas frases misteriosas que sonaban a plegaria en latín. De Rusia, decía, vino cargado de valiosísimos iconos que vendió durante décadas (¡cuántos traería!) por los tabernas de los alrededores de Plaza Bib-Rambla.

Un día nos mostró sus picassos y sus mirós. Eran magníficos pero acabaron con él en la cárcel. A la salida contó que los picassos los pintaba su hijo de siete años y que luego él los ofrecía no como auténticos sino como unos "dibujillos de esos modernos que han aparecido en una casa de bien durante una mudanza". Era indudable que quienes merecían presidio eran aquellos que habían comprado los picassos pensando que estaban engañando al tratante.

Ayer me acordé de Pepe cuando la Policía detuvo a cuatro personas por falsificar dibujos de Lorca y pinturas de Ismael de la Serna y Manuel Ángeles Ortiz. Es un timo antiguo y tan clásico como el de la estampita. La burguesía de medio pelo de Granada siempre ha soñado con tener un lorca para enseñarlo a las visitas de confianza. Tener un lorca no sólo era un certificado de granadinismo sino un toque de distinción que revelaba, además, la astucia del comprador para moverse en los movedizos arenales de los anticuarios. Los fabricantes de lorcas falsos aprovecharon esta inclinación entre elegante y tramposa de ciertas familias bien para poner en circulación las más chuscas falsificaciones cuya posesión sólo certifica el papanatismo de los propietarios. La vergüenza a ser descubiertos con un lorca falso garantiza la impunidad de los timadores. Por eso esta singular industria lleva 40 años produciendo lorcas como churros. Los timadores se pasan el secreto de padres a hijos y, a la vista está, el negocio va a continuar pues el prototipo de cliente no hace sino aumentar en esta Granada casposa que presume, además, de lista y taimada.

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