La lotería y las señales del destino

Lo tengo decidido, si mañana no me toca la lotería, mi mujer se puede despedir de su gato

Yo soy un tipo que cree en las cábalas y en las señales del destino. Anteayer mismo estaba viendo en la televisión una película erótica cuando, de pronto, el aparato cambió solo de canal y apareció un señor con corbata y con una biblia en la mano diciendo que somos unos pecadores y que debemos expiar nuestros pecados. Me quedé a cuadros. Era un canal de esos telepredicadores que intentan apartarte de tu vida disoluta y te muestran el buen camino. Me quedé pensando y consideré que era una señal divina que me estaba anunciando que debía de alejarme del hedonismo y de los placeres de esta vida y centrarme más en mi salvación, con vistas a mi presencia ante San Pedro. Me quedé un rato oyendo al quídam y, de pronto, ¡zas!, la tele cambió de nuevo sola de canal. Dios mío… ¿qué está pasando?, me pregunté. Lo que se veía ahora era una película de policías y malhechores en la que dos inspectores perseguían a unos tipos que acababan de robar un banco. La cámara enfocó al número de matrícula de los perseguidos y un inspector preguntó a la central a quién pertenecía el susodicho vehículo. El número de matrícula salió después otras tres o cuatro veces, por lo que no tuve más remedio que pensar que podía ser otra señal que me estaba susurrando el destino. Le di un poco al caletre y… ¡ya está! Pensé que como está muy próximo el sorteo del Gordo de Navidad, la señal me estaba diciendo que comprara lotería con ese número. Inmediatamente cogí el móvil y rastreé en donde podía comprar varios décimos por internet. Conseguí saber que ese número lo podía adquirir en una administración virtual. Ya está, me dije. Compré un billete entero. Diez décimos. Doscientos euros del ala, que pagué religiosamente con mi tarjeta de crédito. Seguro que con la inversión no llegaré a fin de mes, pero todo sea por esas señales que me envía el destino, pensé. Estaba ya reposando en el sofá satisfecho como guerrero que ha vencido una batalla, cuando miré a mi derecha y vi que el gato de mi mujer se había acostado encima del mando a distancia. Comprobé que era él el que cambiaba de canal cada vez que se movía. Cogí el móvil e intenté anular mi pedido en la administración de lotería virtual, pero ya era demasiado tarde. Lo tengo decidido, si mañana no me toca la lotería, mi mujer se puede despedir de su gato.

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