Un maestral de 'Ventennio'

Algo se remueve cuando escuchamos las encendidas proclamas de una confesa admiradora del Duce

A la vuelta del verano celebraremos, es un decir, el centenario de la Marcha sobre Roma, que tuvo lugar entre el 27 y el 29 de octubre de 1922, dos meses antes de la proclamación de la URSS con la que se inicia, también, la infausta era de los regímenes totalitarios. En las fotos que se han conservado podemos ver a un Mussolini vestido de civil, rodeado de veteranos de la Gran Guerra, con sus camisas negras repletas de medallas, que ya exhibe el gesto desafiante de la mandíbula alzada y la pose característica de los brazos en jarra, esa actitud retadora que hoy nos parece cómica pero logró seducir en su día a millones de contemporáneos de todo el continente. Las dos décadas largas aludidas en el verso de Gimferrer -"Un maestral de Ventennio está arando en Europa"- comenzaron con la resuelta conquista del Estado por los escuadristas, reforzados por el temor al contagio bolchevique, y terminarían, tras el efímero y rocambolesco epílogo de la República de Saló, con el dictador y su amante colgados boca abajo en una gasolinera. Pero hay que decir que al contrario de lo que ocurrió en la Alemania de la posguerra, donde los nazis estaban demasiado ocupados intentando huir o borrar las huellas de su contribución a la pesadilla hitleriana, en Italia hubo abiertos defensores de la memoria y la obra de Mussolini desde el primer momento de la reconstrucción. Tantos años después, parece que la candidata del partido posfascista, que nos visitó para dar unos gritos junto a sus entrañables amigos de la España viva durante la última campaña autonómica, tiene serias posibilidades de encabezar el próximo gobierno de la nación transalpina. Es verdad que el resto de los aspirantes, entre los que compiten demagogos de todos los colores, tampoco es para tirar cohetes, pero algo se remueve cuando escuchamos las encendidas proclamas de una confesa admiradora del Duce que arremete contra la Unión Europea y no tiene reparos en airear su xenofobia. No es casual tampoco que en el discurso de sus aliados carpetovetónicos las pintorescas apelaciones a la Reconquista y el ajado imaginario nacional-católico convivan cada vez más con un sesgo obrerista, adoptado para atraer a las clases populares. Como en Francia y otros países europeos, los dramáticos llamados a la patria y las loas al honrado pueblo autóctono denuncian el malvado globalismo de los burócratas de Bruselas. Visto el panorama, y dada la deriva de la sinistra hacia posiciones igualmente reaccionarias, puede que hasta sus propios votantes acaben echando de menos a las denostadas élites liberales.

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