EL jarro de agua fría lanzado sobre España el jueves por el presidente del Banco Central Europeo con su negativa a activar mecanismos para resolver la crisis de deuda nos vuelve a colocar de forma dramática bajo la amenaza de un rescate más o menos amplio de nuestra economía. Rajoy, en su comparecencia del viernes dejó algo más que abierta esa posibilidad. La hipersensibilidad de los mercados ante cualquier declaración o dato y la profunda falta de confianza que inspira el país fuera de nuestras fronteras apunta a que nos esperan meses todavía más duros que los que ya hemos vivido y que la luz al final del túnel que pronosticaba Mario Monti esta semana tendrá que esperar. Los índices con los que cerraron la semana las bolsas y la prima de riesgo indican que estamos en plena oscuridad. En esta situación, cualquier gesto debe ser medido con extrema cautela. No es el tiempo de la confrontación, sino de los grandes acuerdos y del sentido de Estado. Por todo ello, es muy preocupante la situación que se ha creado esta semana entre la Junta de Andalucía y el Gobierno central a cuenta del techo de deuda impuesto a nuestra comunidad por el Ministerio de Hacienda. Cualquier observador imparcial puede concluir que Andalucía sale perjudicada frente a otras comunidades. De hecho, se la castiga por tener menos deuda que otras autonomías y eso, en la situación por la que atraviesa la región, no es admisible. Sentado este principio, hay dos vías posibles: la de la abierta confrontación o la del diálogo y la negociación. En estos momentos la primera es un lujo que ni España ni Andalucía pueden permitirse porque nada bueno pueden sacar de ella. La Junta debe mantener una posición firme e incluso hace lo correcto cuando explora las vías jurídicas para modificar la situación. Lo que no debe caer es en el agravio fácil para contentar a sus bases más radicalizadas. Los tiempos requieren moderación, que no está reñida con la firmeza. Las autonomías están en el punto de mira de los mercados y un eventual rescate de España tendría consecuencias determinantes en nuestro modelo político. Más que de confrontación es el momento de un pacto de Estado entre las dos fuerzas mayoritarias que garantice la pervivencia de un sistema que ha demostrado su eficacia, pero que ha acumulado demasiadas ineficiencias que hay que eliminar.

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