La mesa

Al catalanismo le puede más la salvación de los patos de El Prat que la degradación económica de su comunidad

Según se desprende de las imágenes conocidas, la Diada de este año ha sido ni fú, ni fá; o sea, un fracaso. Mientras se celebraba y no tal fecha, con la habitual ringla de niños zangolotinos coreando consignas, las negociaciones para la ampliación de El Prat han naufragado en un extraño cruce de declaraciones. Si no lo hemos entendido mal, el Gobierno ha ido contra el Gobierno (la ministra Díaz contra el presidente Sánchez); y los independentistas han ido, mayormente, contra todos, independentistas y botiflers, siendo así que los millones de la ampliación se han vaporizado por el camino, y acaso no vuelvan en una temporada. Parece que todo esto, sin embargo, se va a arreglar con la mesa, con la mesa de negociación inter pares. Y, quizá por eso, el presidente andaluz, señor Moreno, ya ha solicitado otra para lo nuestro.

Si hemos de ser honestos, no creemos que la mesa catalana vaya a ir muy lejos. De momento, los estrategas de Junts han propuesto a dos golpistas indultados, Turull y Sánchez, para negociar con España. Lo cual, como es lógico, no le ha gustado mucho a los chicos de ERC, que ya han saboreado el poder y no desean que se les estropee el despacho. El resultado es que la mesa, a la que el presidente Sánchez promete asistir, pudiera convertirse en la mesa, en la taula, donde se aticen por lo bajo los catalanistas. Es verdad, por otro lado, que al catalanismo actual le puede más la cosa simbólica, la derrota de los Habsburgo en 1714, la salvación de los patos de El Prat, etcétera, que la degradación económica de su comunidad, a la que tanto y tan decisivamente están contribuyendo (a la degradación, me refiero). De ahí, suponemos, la importancia otorgada a la mesa, como un símbolo de paridad entre naciones, en la que no sabemos qué ofrecerá, si ofrece algo, el señor Sánchez.

Probablemente, lo único que ofrezca Sánchez al catalanismo sea esta consideración simbólica, esta genuflexión impostada, después de haber fracasado con la chequera. Pero no porque el señor Sánchez se haya vuelto un hombre cauteloso y ecuánime, como un nuevo y atildado Carlomango; sino porque hay otras mesas que pudieran exigir iguales privilegios, y por iguales motivos. En este sentido, hay que reconocer que el independentismo ha resultado ser una forma de destrucción bastante onerosa. Y que esos caudales, bien empeñados, hubieran sido de mucha utilidad, incluso en Cataluña. Pero el apetito simbólico es lo que tiene: entre vivir y arder, han escogido la llama.

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