LOS integrados en el sistema, esos mismos que con la crisis reclaman que se compartan las pérdidas y que los cambios inevitables lo dejen todo igual, entonan una jaculatoria de apariencia irrebatible: hay que crear riqueza y eso por sí solo llevará a su reparto, todos nos beneficiaremos y se acabarán los pobres.

Falacia total. Uno de los estudios sociológicos más prestigiosos de España, el Informe Foessa sobre exclusión y desarrollo social, revela que el extraordinario proceso de desarrollo económico de los últimos diez años -excluyamos los últimos meses- no ha llevado a reducir los índices de desigualdad y pobreza existentes en el país. Adiós al tópico de que mientras más tasa de crecimiento económico mayor bienestar para todos.

No para todos. Sigue habiendo ocho millones y medio de personas en situación de pobreza, es decir, con ingresos inferiores al 60% de la media nacional. Es el mismo porcentaje que hace una década. Naturalmente se trata de una pobreza relativa. No es que no coman (la pobreza severa y la exclusión de la sociedad afecta, sin embargo, a millón y medio de españoles), sino que no pueden irse una semana de vacaciones, apenas les alcanza para gastar en actividades de ocio y, por supuesto, ni pueden soñar con comprar una vivienda.

He aquí un problema que el mercado no resuelve sin alguna forma de intervención. Por ejemplo, con un mayor gasto en protección social. No lo ha hecho este gobierno, socialdemócrata, ni lo hizo el anterior, conservador. Entre el año 2000 (Aznar) y el 2005 (Zapatero) la protección social en España pasó de representar el 20,3% del Producto Interior Bruto al 20,8%. Demasiados años para unos decimales de nada. Más melancolía aún produce el conocimiento de que en 1993 ese gasto social supuso el 24% del PIB. Con Felipe González los pobres vivían mejor o, con más exactitud, los pobres recibían una porción superior de la tarta nacional. Recuerdo ahora otro dato que va en la misma dirección: en los últimos años la fiscalidad sobre los salarios se ha incrementado. Los trabajadores pagan más impuestos porcentualmente.

En conclusión, estereotipos fuera: el mero crecimiento de la economía no garantiza un mejor reparto de la riqueza ni disminuye la desigualdad social. Hace falta la política en su sentido más noble, aquel que entiende que la pobreza no es una fatalidad ante la que no se puede hacer nada. Claro, ahora los integrados nos dirán que no es momento de hablar de repartos y equilibrios. Si hay crisis, porque hay crisis, y si no hay, porque lo que importa es crear riqueza. A ver si les explican a los pobres cuándo es su momento.

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