A mitad de elecciones

Ni España supera el debate, ni sus líderes contribuyen a superarlo. Pero necesitamos hacerlo

La campaña llega a su mitad. El debate electoral no evoluciona. Tampoco es que interese mucho más, pero, por puro aseo mental y político, debiera hacerlo. Nuestros políticos, y sus diferentes estrategas, se han encasillado en dos temas que no renuncian terminar de digerir: el modelo de estado (unidad de España frente a independencia catalana), y la eutanasia.

A este último quizás, surgido de una propuesta social incontrolada, le auguro un recorrido temporal bastante limitado, toda vez que no se erige como un tema antagónico izquierda-derecha, lo que limita bastante el daño electoral, y entonces, no interesa. Así, desde una izquierda que en bloque se pronuncia en favor de la eutanasia sin más, es decir, sin presentar un proyecto legislativo que pueda avalar o someter a discusión, siquiera mínimamente, sus pretensiones o propuestas, hasta una derecha multicolor que evoluciona, desde una visión más abierta de Ciudadanos y proclive a su regulación, un Partido Popular que no acierta a posicionarse de manera nítida, y finalmente Vox, que se posiciona en contra.

Mayor recorrido electoral tendrá sin duda el debate acerca de la independencia catalana. El uso histórico desde los gobiernos socialista y popular de diferentes prebendas en forma de cesión de competencias, a cambio de concretos apoyos presupuestarios, ha terminado por convertir una vetusta y superada aspiración independentista, en una máquina en perfecto estado de uso que se cree en el derecho de autodenominarse Nación y definir de manera autónoma su futuro.

Frente a ello, frente a la propuesta populista catalana, frente a una nueva mediocridad que tal vez se inició bajo el único fin de emerger una cortina de humo en las cocinas de la Generalitat, frente a un absoluto y sin par desajuste económico y una oleada de causas penales e investigaciones policiales que auguraban un absoluto descontrol de los propios fondos del gobierno autonómico catalán, frente a todo ello, un viejo vehículo que, cansado de tantos políticos irresponsables, sólo encuentra acomodo en las vías de una protección constitucional y judicial: la Nación española.

Y hete aquí a mitad de elecciones. El tema preferido, la discusión favorita… el eterno desencuentro. Un desencuentro histórico llamado España. Una izquierda acostumbrada a denostar símbolos que ha seguido lastrando su desarrollo conceptual con comparativas a la época dictatorial. Una izquierda que no ha sabido o no ha querido superar cuestiones que nunca debían formar parte de la memoria histórica, y ha buscado el simple rédito electoral, dejando en la cuneta auspiciar una España cuyos símbolos sólo acogerían una nación abierta, plural, multicultural, una Nación donde precisamente los elementos que diferencian sus territorios son un valor añadido a su propuesta de crecimiento común. Miento. Si lo hubo. Sí hubo y hay quien en las filas socialistas lo defendió. Hoy están en entredicho.

Mitad de elecciones. Ni España supera el debate, ni sus líderes contribuyen a superarlo. Pero necesitamos hacerlo. No nos puede atacar de sorpresa cuatro años de un nuevo Zapatero. Sería demasiado y nuestros jóvenes no lo soportarían. Necesitamos análisis económico, creación de riqueza, certeza en nuestras pensiones. No necesitamos viernes sociales que sólo buscan crecimiento electoral. Alguna vez nuestros políticos creerán en una España como lugar de entendimiento, donde las grandes preguntas sugieren respuestas que sólo pueden ofrecerse desde la responsabilidad de Estado, desde la solidaridad, desde el punto de encuentro.

Mitad de elecciones. Esa, y no otra, es la España en que yo creo.

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