Cambio de sentido

A la moda

Se vuelve a llevar la ropa que me dejó traumatizada en mi juventud

Debo confesar que mi interés por la moda -y menos aún por ir a la misma- es ninguno. Las tendencias en el vestir me dan igual; alcanzo poco más que a mirarlas con el rabillo del ojo y que me parezcan horripilantes. Para gustos, colores, y el mío no es de este mundo. Lo pensaba mientras veía (imposible no verla) una foto de la señora Pedroche volviendo a dar la campanada, en estricta sumisión a los mandatos del mercado televisivo. Espero que nos dé un pasmo cuando veamos esa misma imagen dentro de 20 años. El feísmo y lo hiperbólico en la indumentaria lleva varios años en boga. Sospecho que algo tiene que ver la tiranía de las redes sociales: tanta oferta de narcisos y narcisas desorejadas se traduce en una competencia por la imagen que va más allá de la ropa en sí y ataca a los cuerpos, especialmente a los de mujer, que se acaban prestando a prótesis y ablaciones de toda índole. Ya no vale hacerse la rubia, es mejor hacerse la calva. Lo único que espero es que no salga nadie diciendo que así la presentadora visibilizó a las mujeres que no tienen pelo, porque sería para cabrearse.

Como no estoy sobre aviso en las cosas de lo trendy, me pego cada susto que alucino. Mi gran sorpresa es que, ahora, se lleva la ropa que me dejó traumatizada en mi juventud. Diademas esponjadas de terciopelo, baberolas sobre el vestido, chaquetas con botones dorados y un escudo bordado, gafas que ni las de Rappel, jerséis chillones remetidos dentro del pantalón, vestidos ceñidos con drapeados que no se veían desde Falcon Crest, botas mosqueteras, perniles tan anchos como cortos, uñas de pesadilla, vaqueros indefendibles, zapatillas de plataforma con pinta de apestar antes de estrenarlas. En los setenta, el plateado era el futuro; en el 2022, la distopía. C. Tangana, que aparece en la lista Forbes de los españoles más influyentes, propone a los caballeros la moda anganga. La misma prenda puede servir para vestir o para disfrazarse. Un cabal, una cani o una duquesa no van disfrazadas con su pañuelito de lunares, sus calcetines blancos o su foulard. Cualquiera, en el momento de vestirse, capta la diferencia.

Últimamente encuentro por las redes a personas conocidas que, cuando suben una foto a Instagram, describen su ropa y mencionan las marcas. Así, de gratis, por mímesis. Consejo de belleza: si quiere vestir bien, amueble su cabeza. Si, por el contrario, prefiere ir a la moda, ahorre con el infalible método de abrir el ropero viejo. ¡Feliz 1987!

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