En tránsito

eduardo / jordá

Nuestro modelo social

RECIÉN llegado del otro lado del océano, y sin poder dormir por culpa del jet-lag, estuve viendo un rato el especial de Nochevieja de Canal Sur, con los Morancos disfrazados de las simpáticas Antonia y Omaíta. Como humoristas, los Morancos tienen un talento inmenso, y creo que ningún escritor actual posee el mismo oído para el diálogo que tienen ellos. En cualquier mercado, en cualquier autobús, o en la sala de espera de cualquier ambulatorio de la Seguridad Social, todos hemos visto a las replicantes reales de Antonia y Omaíta (y de sus maridos o parejas o ex parejas, ya que no conozco muy bien la situación sentimental de esas dos marujonas). Todo eso es innegable. Pero me pregunto si es normal que la televisión pública de una comunidad con un treinta por ciento de parados dedique su horario de máxima audiencia a una apología indisimulada de la vulgaridad y la estupidez y la incultura.

Porque el problema de estos personajes de los Morancos, que a primera vista parecen una simple caricatura grotesca, es que están vistos con simpatía y en el fondo con comprensión. En los Morancos no hay ni un asomo de crítica hacia sus personajes. Muy listos ellos, parecen decirnos que sus personajes son así y que no hay más remedio que aceptarlos tal como son. Y en realidad actúan como el autor del Lazarillo de Tormes, quien en el fondo tampoco parecía desaprobar la conducta cínica y cruel de su pícaro, con la excusa de que el personaje vivía en una sociedad igual de cínica y de cruel que el propio Lazarillo.

Puede que Antonia y Omaíta sean muy reales y que nos hagan mucha gracia, pero representan lo peor de esta Andalucía que está llegando a batir todos los récords de calamidades públicas. A Antonia y Omaíta no las veremos nunca en un club de lectura de una biblioteca pública, ni recogiendo la caca de su perro, ni formando parte del consejo escolar de un centro educativo, ni analizando con un mínimo de raciocinio a quién entregan su voto, ni matriculándose en un academia de idiomas, ni preguntándose qué pueden hacer para mejorar de vida e intentar que todos vivamos en una sociedad un poco mejor. Ni de coña, vamos. Serán tela de grasiosas, pero también son estúpidas y vulgares e incultas, y lo que es peor, parecen muy orgullosas de serlo. En el fondo, Antonia y Omaíta se parecen mucho a la Andalucía del 30 por ciento de parados y de la crisis económica e institucional sin precedentes. O sea, que nos guste o no, todos nos parecemos un poco a ellas. Y así vamos.

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