Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

No molestar

Se han puesto los tiempos tan de piel fina que empieza a ponerse delicado alzar la voz en la tribuna

Es tal la proliferación de minorías que sufrimos que se hace difícil no molestar a alguien cuando opinas, actúas o ejerces tu derecho inalienable de opinar. Siempre sucedió y siempre sucederá que en cuanto abres la boca alguien se siente ofendido. Nunca llueve a gusto de todos. Pero mucho peor que ofender con tu forma de ver las cosas, sería no provocar nada y provocar la indiferencia general. De ahí que haya que asumir como parte del juego este de hablar en público cierto nivel de escozor en, qué sé yo, un señor de Bérchules, de Huétor o de la Malahá que, oye, resulta que se incomoda con lo que viertes en un artículo sobre este o aquel tema. Ley de vida.

Es tan evidente lo dicho que no debería siquiera ser señalado. Pero se han puesto los tiempos tan de piel fina, tan de gente que se siente con el derecho y el disfrute de ofenderse por casi todo, que empieza a ponerse delicado alzar la voz en la tribuna. Siempre dio algo de miedito, claro, porque el instinto de conservación siempre te avisa de que no quieres ser perseguido o vituperado o subido a la picota por tan solo opinar. Pero lo vences y te lanzas más por oficio ya que por ganas. Pero va y te salta uno en donde sea todo ofendido por lo que opinaste y, zas, te lo suelta a bocajarro. Y ahí es donde te pones a pensar si tienes que medir más tus palabras, matizarlas o dar algún argumento de más.

Sucede desde que uno está en esto de escribir y encima publicar, pero ves en estos últimos tiempos que el 'sujeto minorías' parece haber crecido hasta hacerse inmensa mayoría. Aparte de los grupos de mujeres que se sienten víctimas del malvado patriarcado y tal y tal; están los colectivos de parados; de divorciados, de viudos o viudas, los bajitos, los demasiado altos, los gordos, los demasiado delgados; los que no quieren tener sexo; los que quieren tener sexo todo el tiempo y demás. Y así, ad in infinitum. La lista es tan larga que se haría interminable llegar a completar toda esa masa de personas individuales y distintas unos de otros a los que, inevitablemente, es imposible absolutamente y siempre, agradar.

Y así concluyes que, bueno, que tú dirás lo que piensas y que, luego, cada uno piense lo que quiera, sin maldad. Y poco más. Porque lo importante es seguir opinando en libertad.

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