El monstruo gentil

Europa es fruto de una ensoñación intelectual, monstruosa o no, de la que cabe esperar una hora de grandeza

Al final, parece que hay acuerdo en la UE, de modo que eso que Enzensberger llamó, no sin razón, "el gentil monstruo de Bruselas", ha puesto en marcha su vasta y pesada calderilla, con un aporte de tres cuartos de billón de euros, que al pronto se nos ofrece como una lluvia de oro que caerá sobre los socios de la Unión, Europa convertida en Leda, para paliar nuestras desgracias. Por supuesto, España iba con unas exigencias y vuelve con otras obligaciones, como en todo acuerdo digno de serlo. Lo importante, en cualquier caso, es que Europa ha funcionado sin demasiados retrasos, y que las cantidades libradas por la UE significan la afirmación del proyecto europeo, más allá de sus rigores mercantiles.

Es verdad que los países del norte, protestantes por lo general, ven con cierto recelo al sur católico que se incluyó bajo el rubro malvado e infamante de PIGS (también podrían habernos llamado GIPS, para redondear el exótico paternalismo con el que, a veces, se nos observa). Pero esta doble naturaleza europea, como sabemos, la venimos arrastrando desde los días de la Protesta; y en mayor modo, desde que en el XVIII, alemanes e ingleses quisieron erigirse en los herederos de Grecia, sin consultar en absoluto con los griegos. También debe sopesarse aquello que el gran historiador holandés Johan Huizinga nos advertía en El problema del Renacimiento, hace ahora un siglo: la incapacidad del norte espiritual, hijo de Lutero y de Calvino, para comprender la carnalidad, atormentada o dichosa, pero en absoluto ajena a la trascendencia, de los países católicos. Sobre dicha incomprensión está escrita buena parte de la historia del XVIII y el XIX -léase a Von Ranke- que aún hoy nos ve como indolentes y sensuales. Pero sobre esta doble concepción del mundo se ha obrado esta sillería mayor de la UE, donde una y otra fantasmagoría (Vermeer junto a Sánchez Cotán y Guido Reni) construyen la completa arboladura humana del más extraordinario de los proyectos: Europa.

Otro día, si ustedes quieren, hablamos de aquel "latrocionio" cultural obrado por Winckelmann, Hölderlin y Heine, entre otros muchos, y que contó con la notable oposición de Piranesi. Esta misma fiebre por la Antigüedad meridional llevará a Byron, amador robusto y desdichado, a morir en aguas de Missolongui, en el mar Jónico, en los días de la liberación de Grecia. Lo cual nos recuerda una obviedad, por otro lado: Europa es fruto de una ensoñación intelectual. De esa ensoñación, monstruosa o no, aún cabe esperar, junto a la mala vecindad, una hora de grandeza.

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