La mosca lectora

Si un día estaba falto de musa ella me ayudaba posándose en la tecla con la que debía empezar un artículo

Llevaba casi tres semanas conviviendo con una mosca. El día que decretaron la alarma entró en el torreón en donde estoy confinado y ha estado todos estos días conmigo. Yo me distraía viéndola revolotear alrededor del cristal de la ventana. Su vuelo era dinámico y divertido, como si volara a ritmo de la sinfonía de Rimsky Korsakov. Un día le abrí la ventana para que se fuera, pero no quiso irse, prefería pasar la cuarentana conmigo. Se convirtió, de alguna manera, en mi amiga, en mi compañera, en mi confidente. Antes de comenzar comentaba con ella del tema del que iba a escribir. Además, creí notar que aquella era una mosca lectora, de las que devora libros, porque mientras yo escribía ella se posaba en los volúmenes que son considerados obras de arte de la literatura. Durante dos días estuvo sobre El Quijote y otros dos más sobre El hombre sin atributos, de Musil.

Era una buena compañía. Además, me ayudaba en mi tarea de escritor. Si un día estaba falto de musa (la diosa que atrae la inspiración, no la mayonesa) ella me ayudaba posándose en la tecla con la que debía de empezar un artículo o un relato. Comprendí entonces por qué aquel insecto había servido de inspiración a Samaniego a la hora de escribir una fábula, o a Machado para dedicarle un poema, o a Serrat para componerle una canción, o a Gabriela David para rodar una película.

Llevaba, como digo, 20 días conmigo cuando mi mujer entró en mi torreón con la intención de adecentarlo un poco y… ¡zas! su instinto la llevó a coger un periódico y aplastar a la mosca en la superficie en la que se había posado, precisamente en el UIises de James Joyce. Aunque intenté advertirle que no lo hiciera, cuando le grité el periódico ya iba a más de cien por hora sobre el insecto en cuestión. Total, que allí se quedó despachurrada mi amiga mosca, sobre el primer tomo del Ulises.

Me quedé muy triste. Estaba sumido en esa aflicción cuando me llamó un amigo, también escritor. Me encontró un poco decaído. Yo le expliqué que era a causa de una mosca que se había hecho mi amiga.

-¿Cuánto tiempo llevas encerrado en el torreón? -me preguntó.

-Veinte días -le contesté.

-Pues mañana sal un poco, aunque sea a comprar el pan. Lo tuyo empieza a ser grave.

Mi amigo es un insensible, eso es lo que es.

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