LA muerte de Cristina Maestre, la joven madre sevillana apuñalada doce veces por su marido, que posteriormente intentó suicidarse arrojándose por la ventana de un cuarto piso, es paradigmática de lo que sucede en muchos casos de violencia machista. Cristina siempre perdonó a su agresor y padre de sus hijos y le dio una nueva oportunidad, en la esperanza de rehacer la vida en común, pero el parricida nunca le dio otra oportunidad a ella y acabó matándola. Ahora se ha conocido que la víctima denunció a su verdugo en dos ocasiones, por las palizas que le propinaba. Cabe preguntarse cuántas otras agresiones aguantó en silencio para que no trascendieran, pensando erróneamente como esposa y madre en que se trataría de episodios pasajeros y en que debía preservar la intimidad del hogar. Cuando no pudo aguantar más los "puñetazos, bocados y agarrones de pelo", presentó la primera denuncia, pero a la hora de la verdad se negó a ratificarla ante la juez; al contrario: testificó que convivía "sin ningún problema" con quien a la postre sería su asesino. Dos años más tarde, prueba inequívoca de que su calvario había continuado, volvió a denunciarle por "amenazas de muerte, insultos y malos tratos", pero de nuevo tuvo la generosidad de perdonar: se negó a declarar contra él e incluso renunció a la orden de protección solicitada para ella en la víspera porque quería darle la enésima oportunidad. Muchos de los asesinatos de mujeres por violencia machista en España (70 en el último año) se producen tras una secuencia similar a la de esta tragedia de Cristina: mujeres y madres amorosas, que antes que en ellas mismas piensan en sus propios maridos y en sus hijos y que creen que con su silencio y mansedumbre harán cambiar a quienes ya han dejado de ser aquellos de los que se enamoraron. La reiteración de estos casos de denuncias retiradas (hasta un 15% del total) para dar nuevas oportunidades a los agresores debe ser interpretada como señal de alerta roja que ha de provocar respuestas inmediatas de, al menos, los servicios sociales y de atención a la mujer, para activar mecanismos de protección que eviten la consumación de tragedias en ciernes porque los verdugos siempre atacan dos veces.

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