No somos nadie

La naturaleza, una vez más, nos ha tocado el orgullo y nos hace bajar aparatosamente de ese pedestal solemne

Parece que las cosas malas asustan o intranquilizan menos cuanto más llegamos a saber de ellas. Sin embargo y aunque pueda parecer mentira, por creernos poseedores de tanta sabiduría, existen asuntos que constituyen para nosotros verdaderas novedades, llenas absolutamente de misterios y secretos que nos reducen a la cercana ignorancia.

Mi tío Pepe tiene noventa y cuatro años y una admirable memoria, pero nada recuerda -y es natural- de aquella llamada Gripe Española -que en realidad era americana- del comienzo de los años veinte de la pasada centuria. El recuerdo más lejano que es capaz de relatar, con verdadera nitidez, es el bombardeo de la estación de Baeza, acaecido durante la guerra civil del treinta y seis. Ni siquiera personas con cien años cumplidos nos dicen recordar sucesos, tan dolorosos para la humanidad como fue aquella pandemia de hace un siglo justo, cuando eran muchos menos -y más limitados- los medios de comunicación y la medicina. Hoy, cien años más tarde, estamos sumidos en tal grado de desconocimiento sobre el problema sanitario que nos cerca y atenaza que, por momentos, llega a ser desesperante. Y nosotros que nos creíamos, hasta hace unos meses sólo, tan sabios, tan poderosos y tan dueños de nuestra propia existencia… Ha bastado un pequeño microorganismo como el denominado Covid-19 para hacernos ver que nuestra vulnerabilidad es la misma que hace una centuria y que David, ciertamente, venció a Goliat con una simple honda como única máquina de guerra.

La naturaleza, una vez más, nos ha tocado el orgullo y nos hace bajar aparatosamente de ese pedestal solemne, desde el que los seres humanos creemos reinar sobre el resto del mundo de la creación, en el claro -pero muy equivocado- convencimiento de que, realmente, somos los reyes de la tierra y los señores de la vida y hasta de lo inanimado.

La escritora mexicana Verónica Murguía ha dicho, creo que muy acertadamente, que "hay que tener cuidado con la soberbia, porque es más dañosa para el entendimiento que la ignorancia".

El hombre, que siempre ha observado en su derredor todo aquello que le pudiese hacer daño en algún momento, que dejó de estar solo o en pequeños grupos y se organizó en ciudades, las que supo cercar con altas e inexpugnables murallas, el que investigó todos los peligros que le pudiesen acechar y hasta matar, llegó a creerse invencible y con desmedido poder hoy, desde el botón rojo que lanza misiles poderosos.

En cambio, millares de organismo que sólo son visibles al microscopio, que nada saben de estrategias militares, ni de derrotas o victorias, que no llegan ni a pensar siquiera, lo pueden traer en jaque en cualquier momento, hasta llevarlo a los bordes mismos del sepulcro y del olvido. Que nos quede claro: no somos nadie. ¿O no?

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