Opinión

Carlos Colón

Un narrador de España

LO que ha perdido España con la muerte de Azcona es alguien que la cuente tal como es. Lo que ha ganado España teniendo a Azcona es alguien que la ha contado como ha sido entre los años 50 y los 90. No es poco, ya que nuestro cine de autor (no así el popular) se ha caracterizado por ignorar la realidad. El trazo con el que Azcona ha contado a España es grueso y negro, pero ésa es una marca de nuestro realismo desde Quevedo a Valle Inclán pasando por Goya. Que escribiera para Mario Camus una serie de televisión llamada Los desastres de la guerra (1983) no es casual. El díptico que escribió para Marco Ferreri (El pisito y El cochecito, 1959 y 1960) y el que inmediatamente después escribió para Berlanga (Plácido y El verdugo, 1961 y 1963) son piezas magistrales sobre las que se construyeron estas cuatro películas esenciales para entender la España de la época (y un agónico ser español al que se le puede seguir la pista desde el Siglo de Oro) de entre las que destacan las dos obras maestras de Berlanga. La posterior trilogía de la transición también dirigida por Berlanga (La escopeta nacional, Patrimonio nacional y Nacional III, 1978, 1981, 1982) hizo lo mismo con la España que tanteaba la democracia, aunque sólo la primera de ellas alcanzara -y no del todo- la grandeza de las dos obras maestras anteriores.

Parecía que el tiempo iba dejando atrás a Rafael Azcona. Tal vez por eso ambientó lo mejor de su producción posterior en los años 30, completando los tres tiempos de España que ha retratado con maestría: la Guerra Civil, el desarrollismo franquista y la transición. Esta última etapa de Azcona fue la de La vaquilla (Berlanga, 1985), ¡Ay Carmela! (Saura, 1990), Belle epoque y La niña de tus ojos (Trueba, 1992 y 1998) o La lengua de las mariposas (Cuerda, 1999).

Azcona también fue el guionista estable de los mejores años de Saura, desde Peppermint frappé (1967) a La prima Angélica (1972) y de los peores de Ferreri desde La gran comilona (1973) a Los negros también comen (1987). Estuvo presente en el nacimiento del que junto a Buñuel y Berlanga es el mejor director de nuestra historia, Víctor Erice, escribiendo el guión de Los desafíos (1967) que sumaba episodios de Guerín, Egea y Erice. Mantuvo también una larga colaboración con José Luis García Sánchez entre 1988 y 1996, pero en este caso la realización quedaba por debajo de su talento.

Esta maldición, tan española en lo que al cine se refiere, persiguió a Azcona a lo largo de toda su carrera. El genio, entre nosotros, brilla poco en el cine. Y cuando lo hace brilla por poco tiempo o azotado por vientos de mediocridad y vulgaridad, o prepotencia y pedantería, que le hacen vacilar si no lo apagan. En estado puro, el de Azcona brillará para siempre en sus cuatro primeros guiones para Ferreri y Berlanga.

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