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El negocio nupcial

En el 'Génesis' vemos cómo Jacob pactó con Laban trabajarle tierras y ganado a cambio de su hija Raquel

Los entresijos ingeniados para regular los emparejamientos humanos precisarían una enciclopedia para describirlos. Forman una especialidad intrincada dentro la historia universal del comercio, ya que el negocio nupcial se fue ajustando en cada época y lugar, al nivel demográfico y al tráfico socioeconómico existente. Esos y otros factores culturales han ido puliendo lo usos de la convivencia matrimonial con unos derechos y deberes no muy disímiles al resto de las mercancías objeto de trapicheo. En la antigüedad, estas cuitas solían ajustarlas los consuegros, que acordaban el precio por dación de novia al mozo, según los atributos (belleza, salud, fecundidad) barruntados, al punto que si algo se frustraba, podía dar lugar al reintegro de lo pagado. Si es que se previó la falta y su coste. Por eso el talante y evolución de tales pactos son relevantes para entender los hábitos de cada tiempo. Por ejemplo, en Oriente, la fidelidad fue un valor social apreciado al punto que, en la Mesopotamia de hace 6.000 años, ya se indemnizó a algún esposo por adulterio de la esposa; o en el Génesis, vemos que Jacob pactó con Laban trabajarle tierras y ganado a cambio de su hija Raquel, aunque se quedó luego con su hermana Lia, y hasta por las criadas de una y otra, en un pequeño harén, pero fiel y estable, que dio al patriarca sus doce hijos. Mientras en el Occidente griego clásico, la infidelidad y el apareamiento indiscriminado, era algo habitual lo que llevó el rey ateniense Cecrops a imponer por ley, la monogamia nupcial para meter a las damas en cintura, dado que su legendaria promiscuidad, impedía a sus hijos llevar como apellido el nombre de su progenitor. Un invento monogámico, luego codificado por el derecho romano y cristiano, para frenar, aun dentro de la relajación social imperante, la llamada turbatio sanginis o afluencia espermatozoidea confluente sobre un mismo óvulo, que impedía filiar a los bebés. Un recelo que la genética moderna, ya solventa sin problema, aunque tal progreso no merme la oportunidad de que se sigan fijando pactos pre o postmatrimoniales, cada día más sofisticados, porque hoy como ayer y como siempre, el amor es una emoción ocasional, gozosa cuando se comparte y odiosa si se rechaza, mientras que el casamiento, queramos o no, ha sido y será, siempre, un negocio. Lo de que sea malo o bueno ya depende de cada quien con su cada cual y sus habilidades juiciosas.

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