Cambio de sentido

Lo normal

No disponer de tiempo, ni concedérnoslo, es una sofisticada forma de opresión y miedo

últimamente me preguntan mucho, con ansias atrasadas, qué pienso hacer este verano. La respuesta es nada. O eso quisiera, pues el bolsillo no me alcanza para tamaña molicie. El verano nos concede a mucha gente uno de los bienes más escasos y preciados, un lujo: tiempo. Se trata de un tiempo con tiempo, con buen tiempo, dicho sea en toda su acepción. Tiene tempo y temperatura. Sostengo que poder vivir ampliamente esa otra cadencia, la pérdida de inminencia, la tregua de la prisa, un tiempo que por fin es más presente que futuro acuciante, nos hace mejores personas. Habría que procurar darnos tiempo todo el año. No disponer de él, porque necesitamos convertirlo en dinero para poder comer y en quehaceres domésticos y en abdominales firmes y en resacas de domingo y en maratones de series para evadirnos de tanta realidad, es una de las formas más sofisticadas de opresión y miedo. Tanto es así que, a veces, cuando tenemos tiempo, como por ejemplo en vacaciones, hacemos todo lo posible por llenarlo de cosas, lugares, whatsapps, ligues, experiencias programadas. Vaya a ser que nos colemos por un claro del tiempo abierto, del tiempo-tiempo, y palpemos el boquete de dentro, o las llagas -incluso callos- en nuestros vínculos, o que la vida son más cosas. "La belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes", escribió Gamoneda. No se refería -intuyo- a poner los ojos vueltos al mirar un cuadro, que eso lo hace un tonto cualquiera. Se trata de una belleza que sólo la procura el tiempo vivo, el tiempo amigo.

Pasamos la vida luchando contra el tiempo, que por cierto, es lo único de veras que tenemos ("somos el tiempo que nos queda", decía Caballero Bonald): contra los signos de la edad, en la asfixia de los plazos, con las horas de trabajo y conciliación, por cinco minutos más en la cama. Se habla incluso últimamente de "calidad de tiempo", terminología que me espanta casi tanto como esa otra de "gestionar las emociones" (dan ganas de que te lleve las rabietas un contable). Durante el confinamiento, escuché a menudo por los medios la recomendación de ciertos psicólogos de programar horarios como si viviéramos en un gulag, como si no fuera bastante cárcel no dar un paseo o poder sacar la silla al sol. Ahora, para muchos de ustedes, es tiempo de tiempo. Y de supratemporalidad, añadiría María Zambrano. Les deseo que lo vivan vivamente. Dedicar -derrochar, incluso- tiempo, para una y para los demás, es peligrosamente revolucionario.

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