Lo mejor de las majaderías que surcan los mensajes políticos es lo poco que duran. ¿Se acuerdan de la nueva normalidad? Todo dios usó a coro esa muletilla para definir el futuro inmediato desde que la lanzó el presidente Sánchez en abril. A ver quién es el guapo que ahora es capaz de calificar como normal el desconcierto institucional que vive el país. Aunque, como quien no se consuela es porque no quiere, si nos comparamos encontramos algún alivio.

Tenemos récord de contagios y muertes, pero proporcionalmente Bélgica tiene más. En España hay inestabilidad política desde que en 2015 irrumpieron más de 100 diputados de Podemos y Ciudadanos en el Congreso. Rajoy anduvo dos años y medio como un funámbulo, haciendo el alambre hasta que una coalición adversa de izquierdistas y nacionalistas le hizo caer. Y desde entonces Sánchez realiza los mismos equilibrios con desigual fortuna. Pero los belgas han estado más de 600 días sin gobierno y han tenido que componer una coalición de siete partidos, los dos liberales, los dos socialistas, los dos ecologistas y el democristiano flamenco para armar un ejecutivo. Eso sí, tienen mayoría en su Parlamento, a diferencia de la coalición española. Además han dejado fuera al primer partido en escaños, los separatistas flamencos de N-VA, amigos de Puigdemont, y no hay antimonárquicos en el gobierno.

El rey Juan Carlos es sospechoso de haber cobrado comisiones y no haber ingresado los impuestos correspondientes. Pero el jefe del Estado norteamericano no ha pagado impuestos durante décadas y el año que llegó a la Casa Blanca liquidó 750 dólares. Él dice que por listo. Lo repitió esta semana en el primer debate electoral contra el demócrata Biden, al que puso de estúpido, torpe… y cobarde por utilizar siempre mascarilla. Y ahí lo tienen hospitalizado, porque ha pillado el virus. En el debate presumió de organizar actos con decenas de miles de seguidores y que no pasara nada. Aquí otros negacionistas o escépticos con las medidas de control como Ortega Smith o Díaz Ayuso también han pasado la enfermedad.

Trump es el prototipo de otras pendencias. En el debate destacaron sus insultos, interrupciones, apoyo implícito al supremacismo blanco y su disposición a no aceptar el resultado del 3 de noviembre si pierde. Eso supera cualquier ejemplo nacional. Sin embargo, el obstruccionismo del PP a la renovación del poder judicial español, porque perdería su mayoría en este órgano, sí que se parece al filibusterismo que los republicanos hicieron a Obama nueve meses antes de las elecciones de 2016 en la designación de un juez para el Tribunal Supremo americano. Lo que contrasta con la prisa que Trump tiene ahora para colocar a una conservadora en la misma Corte con un mes de plazo. Lo dijo en el debate: está dispuesto a poner al Supremo a contar votos. Tras el Covid vendrá su furia y poca vergüenza. Es un consuelo tener lejos tanta anormalidad.

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