La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El nota de la moto

No falta, en cada tranquilo lugar de veraneo, el nota de la moto que hace trizas siestas y madrugadas

En este lugar de veraneo, tan tranquilo que entran ganas de entonar la romanza De este apacible rincón… de Luisa Fernanda, cambiando Madrid por la playa onubense desde la que escribo, no falta el nota de la moto. No hay solo uno, desde luego. A veces, al caer la tarde, una jauría se dedica a pasear por la urbanización haciendo rugir sus máquinas trucadas para multiplicar el ruido. He escrito rugir, pero no es exacto. El rugido tiene algo de noblemente leonino, de peligrosa elegancia felina. El ruido infernal que estos notas producen con sus motos es feo, vil, mezquino, como algo en cuya naturaleza está ser minúsculo (tanto como los cerebros de mosquito de quienes las pilotan) pero se ha agrandado innaturalmente. Imaginen cómo sonarían los agudos del zumbido de un mosquito gigante que además padeciera ronquera. Algo así es el exabrupto sonoro que producen estas motos manipuladas.

Como en este ameno, discreto y pacífico lugar de descanso hay muchas cuestas, los notas las aprovechan para forzar al máximo sus máquinas, convertir sus tubos de escape en los de un órgano infernal tocado por un demonio y recorrer toda la escala de las marchas que su moto les permite. Siendo de general conocimiento que en el silencio todo ruido se multiplica, escogen las horas de la siesta, cuando todos los toldos están echados, cuando todas las terrazas de los chalés están desiertas, cuando la brisa recorre las habitaciones en penumbra en las que los cuerpos se han dejado caer, para volar por las rectas o, mejor aún, remontar las cuestas en un despilfarro de hirientes agudisimos desagradablemente nasales. Pasadas las doce de la noche repiten la machada buscando las zonas más tranquilas y silenciosas de la urbanización.

Tenemos nuestro propio nota, por supuesto. Puntual a partir de las tres o las tres y media de la tarde y de la primera madrugada. El monstruoso mosquito gigante y ronco remonta la pronunciada cuesta junto a la que hemos venido a pasar unos días de sosiego rompiendo la paz luminosa de la siesta o rasgando la oscuridad de terciopelo de la noche. Así, cada tarde y cada noche pasamos abruptamente de la romanza De este apacible rincón a la trágica L'homme a la moto que tan desgarradamente cantaba Edith Piaf: "Su moto, que partía como una bola de cañón / sembraba el terror en toda la región". Hombre, terror, lo que se dice terror, no. Pero coñazo, el que quieran.

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