Quousque tamdem

Luis Chacón

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Los nuevos milenaristas

Resulta impactante la radicalidad con la que han abrazado la nueva fe muchos jóvenes

La llegada de Greta Thunberg a la Cumbre del Clima ha tenido aires de laica parusía. Sin caer en el absurdo de negar un problema evidente, perturba comprobar que el milenarismo apocalíptico del que se está rodeando la defensa del medio ambiente, no ayuda a que la sociedad se conciencie y aporte su granito de arena para revertir, en un plazo razonable, una situación preocupante pero que, sin ser un experto ambientalista, no parece que provoque nuestra desaparición inmediata. Resulta impactante la radicalidad con la que han abrazado la nueva fe muchos jóvenes. Tanto corazón nunca es recomendable. Ante un desafío, mejor la razón que el corazón. Aunque el corazón tenga razones que la razón ignora, en sabias palabras de Pascal. Nunca confío en las conversiones espectaculares, ni en el fanatismo del converso. Soy más de sirimiri que de tormenta y más petrino que paulino. Prefiero la fe dudosa y hasta cobarde de Pedro que el turbión surgido de la caída de Pablo del caballo.

La juventud es apasionada. ¿Quién lo duda? Y también inconsciente. ¿Cuántos jóvenes se lanzaron a defender el nuevo orden anunciado por fascistas y comunistas ante la asombrada y triste mirada de sus mayores? La pasión no debe nublarnos la vista. La ciencia deja de serlo cuando se basa en una verdad absoluta y orilla la duda como método de aprendizaje e investigación. Por eso, la razón está en los trabajos de los científicos y en su análisis ordenado y constante; la pasión irracional, en la negación del progreso y en la defensa de un bucólico naturalismo, urbanita, imposible y contradictorio. La naturaleza se idealiza cuando no se conoce. El campo no es una granja escuela ni un coqueto huerto en la terraza para cultivar tomatitos cherry y pimientos de colores.

No imagino a las nuevas generaciones renunciando a los viajes low-cost en un mundo sin catamarán para todos. Ni a dejar el móvil y la red para volver a la cabina de teléfonos, leer a luz de una vela y comunicarse escribiendo cartas mientras se calientan con un brasero de picón y una manta sobre los hombros. Y mucho menos, a vestir pullovers tejidos en casa y calzar alpargatas de estameña, en una conversión propia del poverello de Asís. Esa radicalidad la asumirán muy pocos. El futuro no puede dibujarse negando los logros obtenidos, ni negándoselos a los millones de seres humanos que no disfrutan de las comodidades que en nuestro rico Occidente son norma.

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