La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

El odio

Van progresando en esa estrategia de futuro llamada hegemonía electoral, diseñada para satisfacer egos y vanidades

El caldo de cultivo de la mala política actual es sazonar la sinrazón con ingredientes picantes, unas gotas de populismo que no falten en la cocción, así como extremar el sabor con mala pimienta por quien cocina las estrategias. Saben que impulsando rencor y odio tras cada hervido, la sintonía "anti" ganará más adeptos a la causa que la moldeable sinfonía "pro", más bizcochable. Nos quieren divididos, en bandos. Lo que les garantice el sillón.

Es fácil entender que haya quien desde la taberna del extremismo, sentado en el taburete reservado al inmovilismo ideológico, tenga poca inclinación a hacer análisis profundos del garete en el que han convertido la tribuna pública los políticos del espectro. Como que su intención única fuera encontrar razones para odiar a los ajenos, más que argumentos para seguir convencido con los propios.

Parece como si a la democracia hubiera que llegar con el dictado argumental escrito desde La Sexta, y cualquier discrepancia al respecto de los hechos más que de las intenciones, legítimas ambas, debiera tener el eco del rechazo corporativo, una especie de encadenado ninguneo al librepensador por atreverse a usar su inteligencia (no digo cuánta), y creerse eso de ser libres. Van progresando en esa muy pergeñada estrategia de futuro llamada hegemonía electoral, diseñada para satisfacer egos y vanidades intransferibles.

Hubo mucho odio en Euskadi, como lo sigue habiendo aún hoy pero sin balas, contra quienes decidieron no seguir el euskaldun rito de llamar patria a sus bombas y tiros en la nuca. Hay odio en Cataluña, expendido en lazos amarillos de todo a cien, contra quienes se rebelan contra el modelo de imposición unívoco, y a favor del placentero vial de la libre elección que la Constitución defiende y garantiza.

Pero también hay odio como receta en la política niñata de unos podemitas irresponsables, criados en democracia y libertad, que se creen con el derecho violento de imponer sus "normas" con el razonado argumento genital, usado tan a menudo. Es el odio al discrepante el que eligen, no como exterminable tumor extremista, sino como metástasis intoxicadora contra el atrevimiento que para ellos es pensar distinto.

Y el sanchismo lo impulsa dándole el lugar que no ganaron en las urnas, sirviéndose de ello para ser presidente a costa de polarizar España, de convertirla en un odio sistemático entre bandos, un rencor perpetuo. Y desenterrar lo que políticos de altura enterraron con la Constitución del 78.

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