Una ovación de vida

Arturo siempre bebía whisky, pero últimamente le sacó gusto a la cerveza, con la que gozó sus últimos tragos

En el momento de la despedida me levanté de mi butaca para acercarme a él, que permanecía sentado en la suya. Hice el ademán, de curvar mi espalda cuya inclinación descendente me acercaría a sus mejillas que yo quería besar para culminar ese día por una excelsa comida familiar. Pero, aun teniendo una cadera que dentro de otro cuerpo no le hubiera permitido estar más que tumbado en una cama gris, y una clavícula que, de la misma mala calidad de la cadera, creyó pertenecer a otro cuerpo que hubiera invalidado darme un abrazo, esos huesos dieron con Arturo Fernández. ¡Por Dios, Mariló! ¡Cómo no me voy a levantar para darte un beso! En ese abrazo que nos dimos se apretó entre nuestros mutuos senos el amor que a ambos nos cobijaba y cuyo silencio llenó de grandes preguntas mi pensamiento. ¿No lo sabe? ¿En verdad él cree que se ha roto la cadera y que volverá a actuar? La maestría de su compañera, Carmen, hizo que el guión de su última función lo escribiera ella a su medida: no quería morir y él no supo que se iba. O eso nos hizo creer con otra de sus sublimes interpretaciones. Sí, nos miramos a los ojos con la sinceridad que siempre hemos mantenido. E, intuí, que nos ahorraba delatar que había descubierto la última página de su historia. Hablamos de sus nuevos proyectos, en cine y teatro. Cuando le dije que pronto regresaría a Canal Sur él me comentó con auténtico entusiasmo que esa era una gran tierra con un público que él adoraba. Arturo celebró sus 90 años actuando en el Teatro Quintero de Sevilla que tuvo que prolongar porque se agotaban las entradas tantas veces como las ponían en venta. ¡Ningún publico aplaude y te recibe como en Sevilla! Desde que el cáncer compró una entrada fija en su coliseo él se operó unas seis veces. Bajaban los domingos a Marbella, le operaban el lunes, el martes subía a Madrid y el miércoles ya estaba actuando sin mostrar el mínimo dolor. A los pocos días, cuando me disponía a ir otra vez a su casa, me dijo Carmen: "Mariló, me lo llevo al hospital". Llegué a urgencias donde permanecía en un Box acompañado por sus hijos, antes de subirlo a una habitación donde recibiría paliativos. El seguía con sus bromas. "¿¡Doctor, me puedo tomar una cerveza?, es que estos no me dejan!". "Usted puede tomar lo que quiera". Arturo siempre bebía whisky, pero últimamente le sacó gusto a la cerveza con la que gozó sus últimos tragos. ¿Quieres subir a verlo?, me preguntaron. No, porque a él no le gustaría que yo lo viera tumbado en una cama. Arturo Fernández: una ovación de vida.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios