El palacio olvidado

Esta edificación es un verdadero lujo en estado de olvido, una muestra de la arquitectura nobiliaria

Hubo un año en el que los dos pasos de mi hermandad granadina, La Imperial y Sacramental de San Matías, hubieron de modificar el itinerario que tradicionalmente venía realizando por las calles del barrio del Realejo. No recuerdo si fue el paso de la maravillosa efigie del Cristo de la Paciencia o el del palio de Nuestra Señora de las Penas el que, por razón de unas ciertas modificaciones, impedía, sólo por unos centímetros, seguir realizando la estación penitencial del Miércoles Santo, es decir, la que se habría de producir, si no fuese por la maldita pandemia que padecemos, en la tarde de hoy mismo. La calle en cuestión no es la más estrecha del barrio, pero lo bastante para impedirlo. ¿El nombre de la dichosa calle?, la de Ballesteros: una recoleta vía que une; con un viejo pavimento de empedrado "granaíno" la aristocrática plaza del Padre Suárez con la calle dominica de Jesús y María.

Esta calle de Ballesteros, se estrecha, precisamente mucho más de lo que es en el resto de ella, en un tramo que coincide, exacta y milimétricamente, con la fachada, ruinosa y vergonzante del también ruinoso palacio de los condes de Castillejo, magnífica casona señorial que fue otrora, en el más puro y hasta atrevido estilo renacentista y que hogaño debiera de ser la vergüenza de sus dueños, a los que desconozco quienes puedan ser.

En esta Granada, en la que el arte arquitectónico llega a producir verdadera borrachera de olvido y abandono, una casona más, aunque trazada por el gran Diego de Siloé o discípulo cercano, como es el caso de éste, que debió de ser espléndido palacio, no nos resulta en absoluto sorpresivo que lleve un buen puñado de años siendo pasto de la ruina, lenta pero efectiva, lo suficientemente lenta como para que todo el mundo se acostumbre a ella y llegue a parecer que la destrucción no se produce un poco cada día que pasa y se pueda llegar a pensar, erróneamente, que el daño se produjo hace mucho tiempo y -como dicen los capataces de los pasos de Semana Santa, ahí queó!-.

Lo cierto y verdad es que esta edificación, que silenciosamente se destruye día a día, es un verdadero lujo en estado de vil olvido y abandono, una muestra genial de la arquitectura nobiliaria en la Granada del siglo XVI, que aún presenta balcón partido en esquina en torno a solitaria columna que sujeta, a cada lado, arcos escarzanos y el todo sobre puerta en arco ojival de molduras, doblada en cuarenta y cinco grados, con un hemicírculo sobre el dintel que contiene, centrado y entre lambrequines cuasi borrados, el pedral armero cuyos cuarteles borra el cincel del tiempo, ayudado del mal de la piedra. Y no hay forma de defender más que el destructivo romanticismo de la propia ruina. Del todo lamentable. ¿O no?

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