Se acabaron las vacaciones y la pandemia sigue aquí como una maldición bíblica. En España el virus ya ha infectado a casi cinco millones de personas; en Andalucía a unos 800.000. Los muertos oficiales en todo el país son más de 84.000 y en esta comunidad autónoma se acercan a 11.000. Aunque las víctimas reales son más, incluso de enfermedades desatendidas por el colapso de la sanidad pública. Este verano hemos visto en ciudades, pueblos y playas aglomeraciones de público sin mascarilla con una naturalidad reñida con el riesgo. Desde el 21 de junio han muerto sólo en Andalucía 684 personas de Covid. ¡Y todavía hay fundamentalistas negacionistas!

Ha habido un cierto síndrome de la libertad tras el éxito de Ayuso, cimentado sobre la idea populista de que en la España más española se podía tomar una cerveza con quien se quisiese, dónde se quisiera y a la hora que fuese. El presidente del Gobierno se apuntó a la corriente de la válvula de escape contra la ansiedad de los españoles y 45 días después del fracaso de su partido en las elecciones de Madrid anunció, con la sonrisa en los labios, que ya podíamos al aire libre prescindir de la mascarilla y recuperar la alegría de vivir. Hasta hizo un Consejo de Ministros extraordinario para dar más notoriedad a la medida. La norma llevaba aparejada respetar una distancia de seguridad de metro y medio, pero de esta parte los ciudadanos en general no se han dado por enterados.

Sánchez adornó su anuncio del 18 de junio añadiendo que como subían la vacunación y la recuperación económica, debían bajar las mascarillas. La demagogia no tiene siglas. La experiencia en Israel o Reino Unido es que las vacunas han demostrado su efectividad para reducir la mortandad, pero su eficacia es menor con la variante india (delta) y su protección pierde vigor a partir de los ocho meses, sobre todo en los inmunodeprimidos. En España, las autoridades se plantean una tercera dosis para ese colectivo. Y en Estados Unidos los datos de agosto hacen temer que el impacto de esta variante va a ralentizar la recuperación económica. Siguen las incógnitas, por eso sólo cuatro gobiernos regionales, entre ellos Andalucía, han abierto el ocio nocturno con limitaciones. La mayoría prefiere esperar, como ha explicado Pablo Linde en El País.

El mundo se ha vuelto más inseguro. A los clásicos motivos de inestabilidad, como la desigualdad, los conflictos bélicos o el cambio climático, se une la salud pública global. Como una paradoja del verano, en las muchas fotos que hemos visto de los talibanes, ya fueran concentraciones de líderes religiosos, soldados de su ejército regular o milicianos radicales barbudos, no se ha visto una sola mascarilla. Sólo hubo una excepción, el mulá Baradar en Pekín con el ministro de Exteriores Wang Yi. Parece que los chinos son los únicos que meten en cintura a los fundamentalistas afganos.

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