La ciudad y su Área Metropolitana sintieron ayer hasta una veintena de terremotos en cuestión de una hora. Bastantes personas salieron a la calle en masa por el gran susto y algunos incluso durmieron en sus coches debido a la inseguridad que sentían dentro de las casas. Claro, ninguno quería amanecer espachurrado. Lo cierto es que no hubo heridos (gracias a Dios). Las catástrofes, a veces, sacan a relucir nuestras debilidades. Sin embargo, en poquísimos casos, quiero creer, esto se traduce en bulos o noticias falsas para atraer la atención de unos pocos. Alguien decidió iniciar una cadena en WhatsApp donde alertaba de un superterremoto a las dos de la mañana. Era falso. Los seísmos, entre otras cosas, no se pueden predecir. Más de uno se lo creyó y no quiso subir a su morada pensando que ésta se le caería encima. Al final, se formaron aglomeraciones en numerosos barrios, algo peligroso en estos tiempos de pandemia. Se entiende el miedo ante una situación de emergencia así, pero no la mentira. La mentira por la mentira. La mentira por diversión, aburrimiento o vaya usted a saber. Esta paparrucha sísmica podría desencadenar otros terremotos en la salud.

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