Opinión

Enrique Novi

No pares hasta tener lo bastante

AHORA llegarán los carroñeros a poner en duda su talento. Es fácil. Se sucederán las conjeturas acerca de su estado físico y mental para afrontar una gira que estaba destinada a sanear su maltrecha economía, pero también su deteriorada imagen y debía suponer para él un reto personal y una redención artística. Seguramente no fue en realidad el rey del pop, ni el artista más influyente sino sólo el último ídolo de masas, pero nadie podrá discutir su descomunal talento. Al que se atreva habría que sugerirle que entrara en youtube y le echara un vistazo a sus actuaciones de los 70 cuando pasó de niño prodigio a artista prodigioso como cantante, bailarín y productor, capaz de producir perplejidad en cualquiera que se acercara a ver uno de sus shows. Diana Ross elogiaba su musicalidad, Gene Kelly o Fred Astaire su plasticidad y Quincy Jones su instinto creativo. Tan cierto es que su talento era indiscutible como que se había convertido en una figura patética, en un tirano megalómano y en un personaje disfuncional arrastrado a una espiral delirante y disparatada a la que llegó por un impulso liberador. El de ser el único dueño de su destino. Y eso incluía su aspecto. Careció de cualquier cosa parecida a una infancia y siendo aún muy niño ya tuvo que aprender a soportar la presión de un padre que buscaba en el talento de sus hijos una vía de ascenso social y económico. Su drama es lo que empleó para liberarse. Primero del yugo familiar. Más tarde de sus obligaciones contractuales con sus y finalmente de cualquier conexión con el mundo real. Tocó el cielo y quiso más. Comenzaron sus excentricidades y adoptó algunas actitudes patológicas. Al final cayó tan bajo que el único camino que podía quedarle solo podía ser ascendente. Ahora que ha muerto empieza esa senda reivindicativa. Para mí su cumbre musical fue el disco Off the wall. Se abría con un llenapistas titulado Don't stop 'til you get enough. Y así fue. Nunca tuvo suficiente.

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