Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

La pasión

NO es cometido de los jueces valorar la pasión con que testifican las víctimas en los tribunales. Y mucho menos condicionar la credibilidad a la vehemencia que pongan en su relato. Por dos razones: primera, porque el apasionamiento de la víctima no es una prueba objetiva, y segundo porque el comportamiento de una persona sometida a maltrato no se corresponde necesariamente con los estereotipos. Rafaela Rueda murió la semana pasada asesinada por su ex pareja a golpes de azada en el centro de Pinos Puentes. Unos días antes había denunciado infructuosamente a su agresor. El juez no dio crédito a sus palabras porque las expuso con "excesiva parquedad" y "escasísima pasión y grado de convicción". El juez quizá se comportó como un buen profesional pero actuó como un pésimo psicólogo. Unos días más tarde de que no diera crédito a las acusaciones de Rafaela, la mujer caía muerta en la calle Real de su pueblo.

Ernesto Carlos Manzano, el titular del juzgado de lo penal número seis de Granada que absolvió al agresor, no ha tenido suerte. Las circunstancias se han aglutinado de tal manera que los argumentos que reflejó en su sentencia cobran ahora un terrible aire siniestro y cáustico. Por más empeño y pasión que ponga ahora por demostrar que obró cabalmente, la muerte de Rafael Rueda desmentirá al juez. No fue una buena sentencia, sin duda.

Sus compañeros salieron ayer en tromba en su defensa. Conrado Gallardo, del Foro Judicial Independiente, arremetió contra quienes olvidan que en los juicios de violencia de género hay una "total falta" de "pruebas objetivas y datos ciertos" que impide que el juez tenga la "certeza absoluta" para condenar a un acusado. Gallardo recordó los casos en los que ha ocurrido lo contrario: personas encarceladas con pruebas muy débiles que luego han sido absueltos por los tribunales superiores. Es cierto, pero condicionar la veracidad de un testimonio con la temperatura con que se exponga supone un riesgo elevado. O hay pruebas o no.

Las apelaciones a la pasión no suelen dar buen resultado en los tribunales. Hace muchos años otro magistrado de Granada fue lanzado al estrellato inverso del desprestigio porque en una sentencia sobre violación atribuyó los desgarros que presentaba la víctima en los genitales "a la pasión amorosa". El juicio tuvo que ser repetido y el Supremo reconoció lo inadecuado de ciertas expresiones utilizadas en la ya de por sí exasperante prosa forense.

Una veces por defecto y otra por exceso, la fogosidad, el ardor, el ímpetu, la concupiscencia o el deseo (la pasión en suma) son elementos demasiado subjetivos para soportar la verdad.

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