Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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La pena de una granada

Echar de la Alhambra a turistas con granadas es como si echásemos de las Angustias a devotos con crucecitas al cuello

No siempre se respeta la voluntad de los santos. Eso pensaba yo mientras contemplaba en la Capilla Cornaro de la iglesia de Santa María de la Victoria de Roma la escultura del Éxtasis de Santa Teresa. De mis cogitaciones me distrajo el ver cómo dos guardias sacaban a rastras a un chico de aspecto hippie que se había atrevido a sentarse en un escalón de la capilla. Me indigné y me senté en el mismo escalón y, cuando vinieron los guardias a echarme, me puse de pie para que pudieran apreciar mi mucha solemnidad; desistieron de sacarme a rastras porque eran dos alfeñiques, incapaces de trasladar mi sólida estructura corporal fuera de la iglesia. Pude seguir entonces reflexionando sobre el maltrato que se les da a los santos, esto sí, con la autoestima a tope después de haberme enfrentado a un poder tan extraordinario con tanta valentía. Santa Teresa había suplicado al Señor que los arrebatos místicos, las manifestaciones espectaculares de gozo que la invadían cuando el Amado rompía la delicada tela del encuentro y se adentraba en el hondón de su alma, no le diesen en público para no tener que explicar a la gente esos movimientos orquestales de placer, tan parecidos a los que dicen sentir los amantes en sus encuentros. Lo cuenta en el libro de su vida. Pues, ¡mire usted por donde!, llega el escultor Bernini, talla una imagen de la santa en pleno clímax y va la Iglesia y la pone en el transepto de ese templo romano, a la izquierda del altar mayor, para que todo el mundo vea a Teresa a punto de ser traspasada por el venablo de un Cupido angelical. Precisamente lo que ella no quería que pasara delante de sus monjas, y menos, urbi et orbi. ¡Maltrato! Pero a los guardianes de Santa María ni se les pasó por la cabeza incurrir en el sacrilegio de expulsar del templo a los visitantes que llevaban una cruz colgada del cuello o luciéndola en el hábito o en la camiseta. Los sacrílegos guardianes de la Alhambra de Granada sí se atrevieron, el pasado día 26, a expulsar del recinto a un chico que había envuelto su mochila en una tela con una granada impresa. Alegaron que la imagen del fruto dañaba el monumento. Y es que no hay en la vida nada como el delito de ir por la Alhambra, luciendo una granada.

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