Qué pena lo del rey

Ahora todos los medios escuchan a la señora Larsen, los mismos para los que hasta hace unos años el rey era intocable

Me da cierta pena. Hablo del rey emérito, al que han colgado de un gancho matancero y lo están abriendo en canal con teorías afiladas, que cortan más que los cuchillos de los matarifes. Y me da cierta pena porque estaba seguro de que iba a entrar por la puerta grande de la Historia por su postura acertada en el paso de la dictadura a la democracia en España. Yo era juancarlista por un gesto que tuvo conmigo cuando en las puertas de la finca Astrida, ahí en Motril, estuvo esperando a que yo cargara la máquina para hacer la foto que luego sería primera página en el periódico en el que trabajaba. Estaba él con los reyes belgas Balduino y Fabiola y la reina Sofía posando para la prensa, cuando el monarca español se dio cuenta de que yo tenía problemas con la máquina de fotografiar. Les dijo a sus compañeros de posado, que iban a romper la formación, que esperaran un poco hasta que yo cargara mi máquina con otro carrete. Era un rey campechano, simpático, de los que se presuntamente se interesaba por todo aquello que le explicaban. A mí me caía muy bien. Creo que a la mayoría de los españoles también. Luego de ponerse con dignidad la corona en el 23F y conseguir que nadie dudara de la efectividad de la monarquía, empezó a dar traspiés, en todos los sentidos de la palabra. Conoció a una mujer, la señora Larsen, que es la que al final le ha metido las cabras en el corral, por decirlo de manera metafórica. Ahora es a ella a la que escuchan todos los medios informativos, esos mismos para los que, hasta hace unos años, el rey era intocable. No es de recibo, por supuesto, que alguien se aproveche de un cargo para enriquecerse, pero todos sabíamos que el rey se estaba llevando algún que otro regalo por su intermediación en aquellos contratos comerciales que conseguían las empresas españolas. Y la cosa se iba aguantando. Se lo merece, decían muchos. Ahora estamos escandalizados por las noticias con las que nos desayunamos todos los días sobre el escándalo real. Todavía no ha acabado la investigación y al emérito ya lo hemos guillotinado, como hacían con aquellos reyes franceses a los que les cortaban la cabeza sin antes haberlos juzgado. Sin haber pasado aún por los tribunales, sí parece claro que Juan Carlos I no pasará a la Historia como debería haberlo hecho: con la dignidad de un señor rey. Qué pena.

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