LA popular Ley de Murphy -todo lo malo que nos sucede es susceptible de empeorar- tiene sus dignísimos antecedentes en el refranero español: te ha mirado un tuerto; las desgracias nunca vienen solas; de mal en peor; éramos pocos y parió la abuela… Todo lo cual es de aplicación inmediata al Barcelona, en su sección de fútbol. A saber: el anuncio de la despedida y posterior lesión de Víctor Valdés, su mejor portero desde hace muchos años; la Agencia Tributaria y un socio culé destapan la 'arqueología' económica en el fichaje de Neymar júnior, a lo que hay que hacer frente con el desembolso de bastantes de millones de euros (por precaución), -lo que provoca la huida en estampida de su presidente Sandro Rosell-; la lenta recuperación de una larga lesión y, por ende, el bajo rendimiento de su estrella Messi; la lesión de su central de plena garantía Gerard Piqué… y, para rematar la faena, la sanción de la FIFA que prohíbe al club hacer fichajes durante un año por los chanchullos detectados en la contratación desde hace casi dos lustros de jóvenes extranjeros, saltándose a la torera la legislación internacional al respecto. ¿Hay quién dé más?

A grandes males, grandes remedios. ¿La solución? Fácil. Invocar la añeja excusa de la confabulación judeo-masónica alentada desde Madrid en contra de los sagrados intereses del pueblo catalán. La verdad, al margen de filias y fobias, es que, como escribió Shakespeare en Hamlet: "Algo huele a podrido en Dinamarca". La soberbia, la ambición insana, el yo superlativo, el victimismo, la falta de humildad, etc., hacen a muchos dirigentes deportivos decir cosas incompatibles con la razón, el sentido común… y la responsabilidad.

Y por si quedan dudas de mi absoluta imparcialidad, no reñida con mi derecho a escribir lo que pienso, baste un recordatorio a mis amables lectores: No soy del Barça, ni del Madrid, sólo soy de mi Granada, del Granada hasta morir. ¡Ah!, y del Dinamo de Pitres.