HACE diez años, una vez superados los absurdos temores milenaristas, los granadinos pisábamos un nuevo siglo y un nuevo milenio entre brindis y buenos deseos. Una década después el balance no puede ser peor en términos económicos. El sector de la construcción se ha despeñado; la iniciativa empresarial se ha frenado abruptamente; el crédito está bajo mínimos; las exportaciones por los suelos y se han perdido numerosos empleos. Granada ha descendido al infierno de las estadísticas. La crisis pasará pero la resaca será larga. La recuperación impondrá además un nuevo sistema productivo muy diferente del que sustentó a la provincia durante la buena época. Lo viejo no sirve. ¿Conformismo ante el fracaso o reacción? Ese es el dilema.