El lanzador de cuchillos

Una placa para Goyo

Uno casi se alegra de que la muerte le ahorrase la humillación de ver al gobierno de su país postrado ante sus asesinos

Han tenido que pasar 25 años desde que ETA matara a Gregorio Ordóñez de un tiro en la cabeza para que el consistorio de San Sebastián coloque por fin una triste placa conmemorativa en la calle 31 de agosto de la Parte Vieja, junto al restaurante en cuyo interior fue asesinado cuando comía con algunos compañeros del ayuntamiento. Ordóñez tendrá, pues, su reconocimiento en forma de placa pero, como exige el equidistante clima político actual, quedará diluido entre otras dedicadas a las víctimas del GAL, el Batallón Vasco Español, la ultraderecha, los abusos policiales "e chi più ne ha più ne metta".

Goyo los habría mandado a esparragar. Porque era un tipo duro, correoso, que no se arrugaba. Sin medias tintas ni concesiones a la prudencia, refugio artero de los cobardes. Por eso se convirtió en un objetivo prioritario de los criminales etarras. Por eso y porque su discurso estaba calando en la acobardada sociedad civil vasca hasta el punto de que tenía todas las papeletas para convertirse en el nuevo alcalde de San Sebastián. Nada menos, la joya de la corona abertzale. Era una provocación intolerable. Y lo mataron, claro, un día lluvioso de enero, a la hora de comer. Celebró el funeral el obispo Setién, con quien el periodista Ordóñez se había estrenado como entrevistador. La cosa duró un minuto: le preguntó si creía en Dios y el prelado le señaló la puerta. Setién, que siempre se movió entre la ambigüedad y la apología del terrorismo, estuvo en las exequias del político popular "falto de calor humano y político", en palabras del socialista Ramón Jáuregui.

El asesinato de Gregorio Ordóñez dejó en bragas a los tontos útiles del totalitarismo nacionalista, que aseguraban después de cada crimen que la violencia era estéril. La muerte de Gregorio fue rentabilísima para sus enemigos que, con la desaparición de un rival peligroso, vieron despejado el camino del poder. En una ocasión le preguntaron por qué había decidido dedicarse a la política en un ambiente tan hostil. Goyo contestó: "Me metí en política por dos motivos: porque quiero mucho a mi tierra y no quería verla doblegada por los pistoleros de ETA y también porque no soportaba la forma de actuar de un pistolero verbal, el señor Arzalluz". Entendió desde el primer momento que lo que de verdad hacía daño al nacionalismo -al que movía el árbol y al que recogía las nueces- no era la reprobación moral, sino el combate político. 25 años después, uno casi se alegra de que la muerte le ahorrase la humillación de ver al gobierno de su país postrado ante sus asesinos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios