La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Los placeres y los días

Esta idea elevada de cultura es la que permite disfrutar de los pequeños gozos cotidianos

Cuanto más viejo me hago, más clara tengo la cercanía de los extremos que intentan dar un sentido al vivir y a veces hasta lo consiguen. De una parte ese "modesto bienestar ensanchado por la alegría" que anhelaba Blanco White: las benditas rutinas cotidianas que logran ese pequeño gran milagro de que un día sea igual a otro sin que imprevistas desventuras o sobresaltos quiebren su manso sucederse; el café de cada mañana; el trabajo gustoso como dignidad del hacer; la continua sorpresa ante los estallidos de belleza que tantos instantes ofrecen; la taza de té de cada tarde; los recuerdos cuando no hieren y las emociones aunque hieran; el silencio; el aovillarse en invierno; el desplegarse en verano.

De otra parte, no como su opuesto sino como lo que permite ver, apreciar y sentir hondamente todo lo anterior, está eso a lo que se llama cultura cuando la palabra se toma en serio: la literatura, la música, el arte y la religión. Hace unos días, en uno de sus estupendos artículos, Félix de Azúa evocaba la idea de cultura de André Malraux (¿quién lo recuerda?, ¿quién lo lee?, tal vez ni tan siquiera los franceses: Europa es sus culturas, que en muchos preexistieron en siglos a los estados nación). "Malraux -escribía Azúa- tenía una idea elevada de la cultura, la cual no era ni una diversión para las masas, ni un sermón ideológico. La cultura era, dijo, 'el conjunto de misteriosas respuestas que puede darse un hombre cuando contempla en el espejo lo que será su rostro tras la muerte'. Algo difícil de entender por funcionarios y comunistas. La generación de Malraux, como la mía, aún no había pintado a la muerte de purpurina. Los años transcurridos desde entonces han eliminado cualquier tentación de darle un significado a la nada, de 'arrancarle algo a la muerte".

Esta idea elevada de cultura es la que permite disfrutar de los placeres y los días -así tituló Proust su primer libro, adaptando con sensual languidez Los trabajos y los días de Hesíodo- aunque un despistado pueda pensar, con un mohín de pedantería, que su altura distancia de los pequeños gozos cotidianos. Todo lo contrario. La cultura, en el sentido fuerte de la palabra, es entre otras muchas cosas un entrenamiento de la sensibilidad que permite apreciar la belleza de lo cotidiano y seguir el consejo de don Miguel de Unamuno: "Siente el pensamiento, piensa el sentimiento; / que tus cantos tengan nidos en la tierra".

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