LA ciencia ficción nos tiene muy mal acostumbrados. Acumulamos en la retina el rodaje de mil naves sofisticadas, orbitando alrededor de nítidos planetas y aterrizando en tres dimensiones sobre superficies bellamente rocosas. Demasiada expectativa para enfrentarse a un amartizaje en directo. No sé si lo vieron, hay que ser harto masoca para madrugar un lunes de agosto, al menos mientras no nos obliguen a trabajar en vacaciones bajo amenaza de quitarnos el sueldo. A mí me dio por asistir a la hazaña del Curiosity porque me han dicho que Prometheus es tirando a floja. Me senté delante del ordenador armada con toda mi capacidad de autosugestión y la credulidad que requiere un buen espectáculo, casi con palomitas. El resultado, claro, fue decepcionante.

Durante los diez minutos que seguí la retransmisión en directo de la NASA, tuve la oportunidad de ver una animación figurada del hito espacial, los aplausos, lágrimas y gritos sobreactuados de los ingenieros de la sala, dos imágenes reales de una precariedad decimonónica y una cadena de entrevistas a eminentes científicos de la misión declarando cosas como: "Nunca se ha hecho algo tan arriesgado y difícil en Marte como esta maniobra de aterrizaje. El liderazgo de Estados Unidos va a hacer este mundo mejor". Ellos también han visto demasiadas películas.

Viendo lo bueno que ha hecho el mundo el liderazgo de Estados Unidos, me pregunto por qué nos quejamos. Será el espíritu de autosuperación, que nos tiene secuestrados. A mí las grandes hazañas de nuestro tiempo me hacen pensar a veces en las grandes faltas de nuestro tiempo (iba a poner deudas, pero le he cogido manía a la palabra). Mientras el capital se ha afianzado en la lógica de la globalización y sobrevuela las fronteras nacionales a una velocidad digna del Curiosity, las leyes que regulan su movimiento, su fiscalización y el comportamiento de quienes lo manejan siguen siendo mayoritariamente nacionales. Una verdadera hazaña me parecería que lográramos ponernos de acuerdo para crear una jurisdicción universal, que no solo se aplicase a los casos extremos de terrorismo de Estado y genocidio, sino que permitiera también perseguir en cualquier lugar del mundo a quienes vulneran de forma sistemática los derechos humanos, ecológicos y de los trabajadores. Está claro, por desgracia, que esa utopía es mucho más inalcanzable que la de llegar a Marte, porque las leyes que hoy nos andan aprobando no van orientadas a proteger nuestros derechos, sino a garantizar sus violaciones. A ver si va a ser el nuestro el planeta rojo.

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