Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Los pobres no se cuidan

En España hay ya 13,1 millones de personas en riesgo de pobreza y exclusión social

Hay pobres descuidados y poco previsores. Negacionistas del cambio climático, nunca se preocuparon de comprase una segunda residencia en Marbella o en Mallorca para pasar las calores. En invierno, como no hicieron nada para evitar el desahucio, duermen en un cajero o en las incómodas mansiones de los portales y, sin calefacción ni mantas, se constipan. Lo confían todo al vinazo de tetrabrik. Son muy galgos y no adquieren, con los caudales de las limosnas, nada más que oreos y kitkat que les estragan las dentaduras y los empachan. Y descuidados como son, muchos lucen unas encías desguarnecidas de dientes que les dificultan masticar y disfrutar de una alimentación balanceada, con chuletón incluido, que les aporte las proteínas, el calcio, el hierro, las grasas omega-3 y las vitaminas necesarias para no perder peso. Se da el caso de pobres -y en España hay ya 13,1 millones de ellos- que ni siquiera disponen de un coach que los oriente y ordene el caos de sus vidas. No leen libros de autoayuda, no van a pilates ni a yoga; desprecian el fitness y no hacen nada para mantenerse en forma. Son indolentes, individualistas e insolidarios. No los veréis en la 'mani' del 1 de mayo, ni en la del 8 de marzo. Y como no le deben nada a la patria, no vibran con los desfiles militares, y cuando pasa la cabra de la Legión piensan más en ordeñarla o en brasearla que en darle mimitos. No gastan su cash flow en banderas de España de los chinos; lo derrochan en vicios inconfesables. Siempre se están muriendo, pero no acaban de hacerlo. Con este comportamiento dan argumentos a los que privatizan la enseñanza y la sanidad o suben los alquileres. Con ellos, sostienen los 'ayusos', cualquier atención, cualquier cuidado o cualquier subsidio es tirar el dinero. Poco estudiosos, los pobres no leen a Engels ni a Marx, y, cuando se enfadan, lo hacen de mala manera. No se apuntan a revolución proletaria alguna. Son más de rebeliones y algaradas, y entonces les da por quemar iglesias, asaltar el Congreso, alunizar en los supermercados y arramblar con lo que pillan por delante. Para pararlos, los salvapatrias -los mismos que los han llevado a la miseria- suelen echar mano de los músculos del Estado y sacan los leopards a la calle para ponerlos en su sitio y para que se estén calladitos, acojonados, otros 100 años.

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