La esquina

¿La política es para los ricos?

NO hay más que ver la cascada de reacciones descalificatorias procedentes del Gobierno y el Partido Socialista para deducir que la designación -absolutamente dedocrática- de Manuel Pizarro como número dos del PP en la lista de Madrid y número dos de un hipotético Gobierno de Rajoy le ha sentado fatal a los socialistas. Algo tendrá el agua cuando la maldicen.

Fernández de la Vega, Chaves, Blanco, López Garrido... no se han ahorrado críticas. Le han dicho amigo de Aznar, tiburón del capitalismo y culpable de los apagones cuando dirigía Endesa. Lo más chocante lo ha parido el portavoz parlamentario socialista: a diferencia de Solbes, Pizarro tiene un patrimonio de dos mil millones de pesetas (ahora se habla en euros, pero vale como cifra redonda y apabullante). La ganó, por cierto, como gestor de una empresa privada a cuyos accionistas hizo embolsarse mucho más. Fue el mercado el que le pagó así.

En fin, esta boutade de Diego López Garrido, destinada a excitar los más bajos instintos del rencor social, suscita la reapertura de un viejo debate, el de las relaciones del poder político con el dinero, y una polémica recurrente, la del origen sociológico de la clase política. En nuestra sociedad los partidos políticos con posibilidades de formar gobierno no tienen discrepancias acerca del sistema capitalista como instrumento adecuado para la creación de riqueza y tan sólo se distinguen, y no mucho, por las fórmulas que prescriben para redistribuir la riqueza creada. Las diferencias entre derecha e izquierda no pasan de un punto arriba o abajo de inflación, gasto social y fiscalidad.

Con respecto al reclutamiento de los cargos públicos, un cinismo muy asentado defiende que lo mejor es que ministros y diputados, consejeros y alcaldes, sean ricos por cuna o por trayectoria profesional: así no tienen necesidad de robar. Como digo, es una reflexión cínica. La tentación de saquear las arcas públicas siempre está al acecho, para ricos y para pobres. Lo que importa es que el sistema disponga de mecanismos de defensa para evitarlo -el nuestro dispone- y que el que acuda a la política lo haga por vocación y ambición, no porque carezca de otro oficio. La política española está falta de profesionales solventes que acepten reducir sus ingresos y/o suspender sus carreras y sobrada de funcionarios mediocres que nunca podrían aspirar profesionalmente a nada. Además, a los primeros no les es difícil mantener su independencia de criterio, y los segundos están forzados a decir amén. Unos tienen dónde ir y otros no.

Lo que sí habría que exigirles a los ricos que, como Manuel Pizarro, dan el paso de meterse en política, es que lo den con todas las consecuencias. Que se comprometan a ser vicepresidentes del Gobierno si ganan los suyos, pero también diputados de la oposición si pierden. Que asuman que, de momento, sólo se presentan a por un escaño.

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