Los políticos y el trigo

En este país existe un inusitado amor a dar mil y una vueltas a la misma cosa, casi para dejar todo en el mismo lugar y sitio

El genial sordo de Fuendetodos, maestro universal de la pintura y crítico atroz y descarnado de la sociedad de su tiempo -y de la de otros tiempos, también, de ahí su universalidad temporal- dedicó, como es bien sabido, una serie preciosa de sus maravillosas obras a cartones para tapices, con los que popularizar los juegos y las costumbres que, para la ocupación del tiempo de ocio, empleaban las gentes de aquel tiempo. Entre los muy numerosos ejemplos que podríamos traer y comentar, sugiero que nos ocupemos del que representa el juego de la gallina ciega, en medio del tan alegre corro de la patata.

Goya no daba puntada sin hilo en su impresionante relato pictórico de la sociedad en la que estaba inmerso y ante la que no le dolía prenda alguna a la hora de resaltar aquellos aspectos que estimaba que eran perniciosos o contraproducentes para procurar el avance, el progreso de su nación, tan anclada entonces -y ahora, aún en mucho- en los viejos usos y costumbres y aterida a veces por el miedo a las cosas nuevas, desconocidas.

Esta pintura pudiera parecer a muchos intrascendente, inofensiva y hasta inocua, si se desea. Otros por el contrario; y conociendo el paño del que estaba hecho el maestro; tenemos la certeza moral de que cuando el genio acariciaba con los pinceles el cartón, en el caso del corro, no hacía sino poner de relieve, mostrarnos, ante la cercanía de nuestros propios ojos, la rueda imparable en la que anduvo, andaba y sigue andando este país, en el que existe un inusitado amor a dar mil y una alegres vueltas a la misma cosa, casi para dejar todo, luego, en el mismo lugar y sitio. Y del personaje de la gallina ciega, poco más que decir, también, pues lejos de representar lo que muchos ven en aquel divertido entretenimiento, otros, más suspicaces si se quiere, no vemos sino lo que muchos prohombres y muchas ilustres mujeres, dedicados a eso de la administración de la cosa pública, hacen muy bien de la mañana a la noche, persiguiendo sueños que desconocen en su esencia y su existencia pero, eso sí, con grande estruendo, alegría, dispendio y fanfarria, que se les vea venir y cómo, con grandes aspavientos, anuncian lo que casi nunca consiguen y desde luego, jamás llegan a hacer.

Para terminar, permítaseme advertir, deberíamos sólo sentir pavor, al ser engañados por tanto listillo pues, bien saben todos los que están en las alturas, que una cosa es predicar y muy otra es dar trigo. Lo que sería menester es que, de una vez, lo aprendiésemos, también, nosotros. Parece que la gallina hace trampa por encima de la venda de sus ojos. Obsérvese la de Galapagar. ¿O no?

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