Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

El populismo como síntoma

Estamos acumulando errores en las urnas a velocidad de vértigo y el problema no es la democracia. Ni los votantes. Me inclino más a pensar en la incompetencia de una clase política que se ha vulgarizado tanto que no representa, ni de lejos, aquella aristocracia de la sociedad por la que abogaba mi admirado Jefferson. Aristocracia de mérito y no de sangre; quede claro. Ni la corrupción ni el desencanto popular representan ninguna novedad. Tras la Gran Guerra, el mundo sufrió una terrible crisis económica y social que culminó en la Gran Depresión. Entonces, hubo quien buscó el camino de la revolución como Rusia, el de los totalitarismos fascistas como Italia o Alemania y también quien se mantuvo firme defendiendo la democracia como modelo de una sociedad de hombres libres dispuestos a ceder parte de su libertad en aras de un futuro común, solidario y responsable.

Pero de un tiempo a esta parte, la política ha dejado de representar un servicio a la sociedad, se ha convertido en el refugio laboral de demasiados arribistas sin más ideales que su cuenta corriente y ha dejado de tener sentido para quien no ambiciona ocupar algún puesto. De ese modo, la mayoría de la sociedad ha dejado en manos de unos pocos no ya el poder de decisión, sino también el de influencia. La militancia de partidos y sindicatos es ridícula y la aversión al ejercicio de la política se ha convertido en una especie de dogma laico, asumiéndose como un inevitable mal menor.

La clase media, que había sido el centro de las democracias occidentales tras la II Guerra Mundial se ha anquilosado y sufre una dura situación que le resta la capacidad de mejora -trabaja más y gana menos- que había sido el acicate fundamental para su continuado esfuerzo de mantenimiento del Estado de Bienestar. La democracia ha creado, a todos los niveles, nuevas dinastías de poder tan nocivas como los viejos linajes medievales. Si Hillary hubiera ganado las elecciones americanas, dos familias -Clinton y Bush- habrían ocupado la Casa Blanca, al menos, 24 años en un período de 32 (1988-2020). Por todo ello, sea Trump en EE.UU., Podemos en España o el Frente Nacional en Francia, el éxito del discurso populista parte del rechazo a los fallos del sistema y se nutre de la aportación de soluciones simples para cuestiones complejas. Pero el populismo es el síntoma, no la enfermedad. Si no tratamos ésta, no sanaremos nuestras democracias.

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